28.7.14

Drogas, drogadictos y comerciantes

Con cierta frecuencia me preguntan mi opinión sobre las drogas, tanto a nivel personal como desde el punto de vista político y social.

La versión corta es: 1. Personalmente estoy contra las drogas (incluyo el alcohol, que es una droga), no consumo más que café, no las promuevo y no me gusta estar con personas cuando están bajo su influencia. 2. Creo que a veces los consumidores se extralimitan afirmando que sus aficiones son totalmente inocuas. 3. Creo que los antidrogas se extralimitan muchísimo más pintando escenarios aterradores y falsos sobre el consumo de drogas. 4. Creo que toda persona tiene derecho a consumir drogas como parte de su libertad para hacer con su cuerpo lo que quiera (mientras no dañe directamente a quienes les rodean). 5. La prohibición no ha funcionado. Por el contrario, el precio que se ha pagado en dinero, recursos y vidas combatiendo las drogas es colosalmente mayor del que se pagaría si fueran legales, si los que las consumen pudieran tener acceso a un producto de calidad controlada, con información fiable sobre qué es y qué hace, y cómo se deja una adicción con apoyo profesional (sin moralinas). 6. Defiendo la total y absoluta despenalización del consumo para adultos responsables, el control de la producción, su integración en la economía y que aporte al tesoro público recursos que puedan servir para fomentar lo mencionado al final del punto 5.

La versión larga, abajo, incluye trozos de varias respuestas que he dado en Spring Me y en ask. Y empieza con la toma de posición personal.

Janis Joplin en junio de 1970, tres meses antes de
su muerte por sobredosis (Foto: Grossman
 Glotzer Management Corporation via
Wikimedia Commons)

Personalmente: no

Las drogas no me gustan en general. Somos nuestro cerebro, punto, y someterlo a un desequilibrio químico sin una clara idea de qué implica eso me parece bastante bobo. Es un riesgo elevado meterle mano aleatoriamente a los mecanismos bioquímicos del cerebro porque alguien nos dijo que tal sustancia es genial y "expande la conciencia" y "cambia la visión", lo cual además no es cierto.

No creo que las drogas ayuden a la creación ni le impartan talento a quien no lo tiene, no son una forma de optimizar la percepción o creación artística ni llevan a la iluminación espiritual ni son, ciertamente, una forma de rebeldía político-social ni nada por el estilo. Las drogas sirven para obtener efectos placenteros, para drogarse, y lo demás son coartadas.

Todos los borrachos actúan como borrachos, su conducta es más uniforme cuanto más borrachos están. De hecho solemos decir que en algunos casos quien actúa o quien habla "es el alcohol" y no la persona. La frase tiene su sentido. Los cerebros reaccionan exactamente igual ante el alcohol, la heroína, el opio, el THC, el alcohol, la cocaína, etc. Un profesional experimentado (un policía o un médico) puede saber con bastante certeza qué droga ha consumido alguien con sólo observarlo y hablar con él. Las drogas uniforman porque apagan nuestra personalidad individual... Apagar selectivamente partes de nuestra personalidad, capacidad de pensamiento, emocionalidad desarrollada, etc. me parece idiota, sobre todo si se hace continuamente.

Es más, con los miles de creadores que he conocido a los largo de mi vida como escritor, puedo decir que los muy talentosos que consumen drogas lo son pese a sus aficiones químicas y no, como creen algunos, debido a ellas. El que no tiene talento ya puede beber láudano a litros, comer LSD a cucharadas, fumarse porros o churros de metro cuarenta de largo, beberse un buquetanque de alcohol y meterse otros psicoactivos en el cuerpo, y su poesía, música, pintura, narrativa, escultura etc. seguirán siendo las de alguien con poco talento. Vamos, que millones de personas se drogan y beben, y generalmente se comportan como bestias de carga, no como sublimes creadores.

Keith Richards
(Foto GFDL de Kelseytracey
via Wikimedia Commons)
Esto me molesta desde la muerte de Janis Joplin, cuando menos, y de eso hace ya mucho tiempo. Porque no me gusta que gente creativa y talentosa se rinda a las drogas y deje la vida en ellas.

Ciertamente casos como los de Robert Plant o Keith Richards son hasta divertidos: se metieron todas las sustancias imaginables y, más o menos averiados, ahí están. Pero detrás de ellos tenemos, por mencionar sólo a dos de sus compañeros de bandas, a John Bonham y Brian Jones, a los que no les fue tan bien. Las muertes evitables son desagradables, sobre todo de gente que puede aportar tanto, sean Hemingway o Jimi Hendrix o Keith Moon. Y yo, como todos en mi generación, cargo con una buena cantidad de amigos y conocidos a los que he enterrado prematuramente, sobre todo víctimas del alcohol: periodistas, historiadores, lingüistas, pintores, escritores, que podrían haber hecho muchísimo más que dejarse morir por su afición.  Y he visto a muchos jóvenes brillantes convertirse en adultos apáticos (aunque simpáticos) que viven a medio gas por una adicción de décadas.

Me duele pero los respeto. También algunos de ellos son prueba, sin embargo, de que su consumo no tiene los efectos desastrosos, mortales y aterradores que anunciaban los agoreros del desastre... pero también son testigos de que no es inocua como les gusta afirmar a ellos. Lo cual no debería sorprender a nadie: toda sustancia consumida durante años causa efectos fisiológicos y cognitivos, así sean leves (según distintas drogas, pueden ser mucho peores).

Ni consumo (salvo café, que finalmente es la droga más extendida del mundo) ni recomiendo ni me gusta el consumo de drogas. Pero ésa es una posición personal que se resuelve, en mi caso, no consumiendo, manteniéndome apartado de la gente cuando están colocados o borrachos (no sé cómo manejarlos y me resultan siempre muy aburridos), y dando mi opinión.

Porque, personalmente, también creo en el derecho de todo ser humano adulto a disponer de su vida como le dé la gana. Puede meter la pata, puede emprender acciones por motivos incorrectos y es posible tratar de apoyarlo y evitar que, por ejemplo, caiga en una adicción por una depresión. Pero no se puede tratar a todos como niños. Hay gente muy valiosa, muy responsable y muy seria que simple y sencillamente consume drogas más o menos ocasionalmente sin hacerse daño ni hacérselo a nadie. La mayoría de los consumidores, me atrevo a decir, no son unos cavernarios y ciertamente no son drogadictos. Son gente común que tiene su vida, su escuela, su trabajo, su familia. Y consumen drogas. Como otros beben. Como otros tienen otras diversiones con más o menos riesgo de perjudicarse.

Desde el punto de vista ético y moral cualquier adulto tiene derecho a consumir lo que se le dé la gana mientras no afecte directamente a otros con ese consumo o al hacer ciertas cosas cuando está bajo la influencia de esa droga. Tiene derecho a beber, pero no a conducir borracho. Tiene derecho a inyectarse heroína, pero no tiene derecho a convencer a otros de que se la inyecten y menos a dársela a menores de edad. Tiene derecho a fumar toda la marihuana que quiera, pero no a operar maquinaria pesada o asumir posiciones de responsabilidad cuando está disminuido por los efectos del THC. Tiene derecho a cortarse una pierna y comérsela o a tirarse de una ventana mientras no aplaste a nadie y de preferencia dejando pagadas la limpieza de la calle y su funeral, etc.

Cultivo de amapola en Afganistán.
Lo único que me inquieta es que esta forma de diversión u ocio legítimo es su conflicto ético cuando depende de narcotraficantes. Para satisfacer su placer, los usuarios suelen cerrar los ojos al mal que provoca el narcotráfico, y esa actitud me parece poco ética. Desde mi adolescencia me pregunté cómo era posible que quienes consumen drogas consideraran que su afición era una forma de rebeldía, cuando en la mayoría de los casos es ponerse al servicio de lo peor del sistema vigente. Sí, el gobierno no quiere que te drogues, pero vamos a ver, que los que sí quieren que te drogues no son mejores que el gobierno y pueden ser infinitamente peores.

El consumo de drogas ilegales fortalece a las organizaciones ilegales que las suministran, y es por tanto parte de las otras cosas que hacen esas organizaciones ilegales, incluidos los asesinatos, la degradación de sociedades enteras, la destrucción hasta dejarlas inútiles de naciones completas como Colombia o México, donde todos sus habitantes han sufrido inmensamente por causa del narcotráfico que, con el dinero del que se fuma, aspira, esnifa, esnortea o se inyecta sus productos corrompen políticos, compran armas para matarse entre sí (llevándose a muchos inocentes de camino) y degradan a las sociedades que tienen la desgracia de ser su entorno. Sin contar los violentos que afirman tener motivos políticos o religiosos y que se financian mediante el tráfico de drogas.

Los más contradictorios son quienes protestan contra toda empresa privada afirmando que es enemiga de la ética (séalo o no) y que se comporta de modo inhumano y cruel... pero no protestan contra el narcotráfico y las grandes fortunas de delincuentes que matan, torturan y destruyen... Al contrario, consumen sus productos y se hacen corresponsables de las desgracias que ocasiona el narcotráfico en todas las sociedades, desde las productoras y comercializadoras (de nuevo Colombia y México) hasta las grandes consumidoras, como España y Estados Unidos. Y a veces ni siquiera se dan cuenta de su contradicción.

Así, a quien actualmente consume drogas recreativas ilegales, incluida la marihuana, sí le asignaría cierta responsabilidad moral y ética en cuanto a los efectos nocivos del narcotráfico y el crimen organizado. Y el enganche de jóvenes como consumidores, que es fundamental para que el narcotráfico tenga un mercado creciente. Esta responsabilidad seguirá presente mientras las drogas no sean legales y los consumidores deben asumirla y reflexionar sobre ella.

Personalmente, no le recomendaría a nadie que hiciera nada que tuviera como único objetivo impedir, obstaculizar o anular sus capacidades mentales, idiotizar, uniformar, anular la individualidad y borrar la parte civilizada de sus consumidores. Pero tampoco veo mal que alguien consuma ocasionalmente para divertirse. Cualquier diversión, pues, vista de cierto modo, puede conllevar perjuicios. Eso es asunto de cada quién.

Pero mi opinión personal no tiene por qué regular lo que los demás hacen.

El absurdo de la ilegalización

La prohición no ha funcionado para controlar el comercio y consumo de drogas.

Punto.

Las campañas de propaganda antidrogas (generalmente basadas en falsedades) tampoco han funcionado.

Punto.

Nunca ha habido escasez alguna de ninguna droga nueva o vieja en las calles de Estados Unidos, el gran promotor de la guerra contra las drogas. Es decir, que la estrategia no ha servido para nada. Nunca se ha anulado a un grupo de producción y tráfico de drogas sin que surja otro más brutal, más decidido, más poderoso (incluso en otro país). Nunca se ha logrado disminuir la cantidad de consumidores ni de adictos (que son, como decíamos, dos categorías distintas).

Si lo que se desea es disminuir el daño que las drogas causan a la sociedad y a los individuos, la única acción razonable es despenalizarlas, regularlas, dejar de lado la moralina y dejar de tratar a los adultos como si fueran niños.

Despenalización no implica los extremos que los histéricos han fantaseado en falacias de pendiente resbaladiza donde todos seremos drogadictos. No implica poner droga en máquinas expendedoras ni hacerlas de venta libre y sin legislar, como no es de venta libre el alcohol ni mil productos más que no se le venden a los niños y para los cuales se deben cumplir ciertos requisitos. Las drogas se pueden legalizar de un modo tal que se limiten los excesos, eso por descontado... lo relevante es que de pronto, de un día para otro, los narcos verían alterado su esquema de producción y abasto, y su sanguinario mercado local y su lucha por los puntos de venta.

Los ejemplos de despenalización del consumo de drogas como los llevados a cabo en Holanda y sobre todo en Portugal demuestran que lo suyo no es sino una falacia de pendiente resbaladiza no sustentada en ningún estudio serio. No, la gente no se va a convertir masivamente en adicta. No, la sociedad no se va a disolver. Al contrario.

Otro efecto de la despenalización sería la reducción inmediata de la violencia producto del comercio ilegal de drogas, al quitarle la enorme plusvalía que le da precisamente la ilegalidad como el mejor y más rentable negocio del mundo. Porque lo es.

La metanfetamina se puede producir a 300 dólares/kilo y se vende en la calle en 60.000 dólares... o más... No hay nada en el mundo, absolutamente nada, que pueda comparársele en cuanto a nivel de ganancias. Si la policía requisara el 90% de esos 60.000 dólares y sólo quedaran 600, la utilidad seguiría siendo del 100%. Es precisamente por eso que el narcotráfico tiene más dinero y poder que ninguna otra forma de organización delictiva. Y por eso se pueden dar el lujo de perder algunas toneladas de droga por aquí para meter en un país otras muchas toneladas por detrás. Y esto despierta una ambición tan enorme que matar o morir se vuelve cotidiano y normal porque sus beneficios económicos son abrumadores. Y el dinero y la violencia se traducen en poder político, como un cáncer para la sociedad en la que se desarrolla (Colombia y México, insistamos, son ejemplos lacerantes de países destrozados no sólo por el narcotráfico, sino por la lucha contra el narcotráfico, una lucha en la que los estados llevan todas las de perder).

Tirando alcohol por las alcantarillas durante la prohibición
estadounidense.
Estados Unidos debe ser uno de los países que despenalicen, no sólo porque muchos gobiernos del mundo siguen su paso casi automáticamente (cosas de ser el imperio) sino porque es reconocer que ha errado en la posición cómoda que ha mantenido desde que ilegalizó las drogas en 1932, y que es, básicamente, que otros pongan los muertos y peleen su guerra, ya sea en Colombia, en Perú o en México. La reducción súbita del flujo de ingresos obviamente moverá al crimen organizado a otros espacios delictivos, para eso no hay que ser Einstein, pero son espacios de menos dinero, de menos violencia por territorios, de menos poder y menos capacidad de infiltración.

Un momento que invita a la reflexión es la prohibición del alcohol en Estados Unidos 1919-1933. El fin de las leyes antialcohol, debida a una población cansada de la violencia, la corrupción, la inseguridad y la hipocresía que implicaba la prohibición, resolvió muchos problemas (todos creados por la propia prohibición, que a su vez resolvió muy pocos). Incluso, aunque el crimen organizado que obtuvo el gran impulso de la prohibición sigue activo hoy en día, sus niveles de violencia (sobre todo hacia los "civiles" o inocentes) bajaron brutalmente, e incluso de consumo de destilados de alcohol cayó en picado desde que se abolió la prohibición. El comportamiento de la tasa de homicidios en los EE.UU. es revelador, como lo muestra este gráfico:

La prohibición del comercio y consumo de alcohol en los Estados
Unidos duró de 1920 a 1933.

Con todos estos datos, (no con "sentido común", con "yo creo" o con afirmaciones francamente fantasiosas) la propuesta de legalización de las drogas es una posibilidad real de parar las matanzas y emprender políticas basadas en hechos y no en histerias.

El consumo de drogas (entre adultos responsables), como otras muchas actividades que corresponden al fuero interno y la libertad de cada individuo, no debería estar penado porque no causa víctimas directas (ya, la familia puede sufrir, pero también puede sufrir si el imbécil se gasta el dinero en una colección de mocos de estrellas del rock, en las carreras de caballos o en hamburguesas de triple grasa, todo lo cual no es argumento para prohibir ni el coleccionismo, ni los mocos, ni el rock, ni las carreras de caballos ni las hamburguesas). Del mismo modo que lo son el suicidio (que sí, en muchos países es "un delito") y otros de los llamados "delitos sin víctimas". En legislación penal se habla de estos delitos como penados por "el principio de ofensa", es decir, que alguien se ofende por ello (incluso dios, según avisa con sus representantes) y debe penarse, aunque nadie resulte directamente dañado como sí lo resultan en los delitos con víctima que se penan por el "principio del daño", mucho más objetivo.

La legalización también permitiría que se trabajara para que la gente tuviera información sólida, clara y constatable sobre las drogas y sus efectos, sin las exageraciones o las minimizaciones de militantes de uno u otro bando. Como en el caso de todos los demás productos, el consumidor tiene derecho a estar bien informado para tomar sus decisiones con toda libertad.

Otro detalle que hay que tener en cuenta es que la prohibición de las drogas incluye la de realizar investigación científica con ellas en la mayoría de los casos, lo que hace difícil poder averiguar con certeza y un método adecuado si algunas sustancias de algunas de ellas tienen algún valor terapéutico, o si sus efectos generales puede ser útiles (se especuló mucho sobre el potencial antipsicótico del LSD ya que provoca estados similares a los psicóticos en consumidores normales, se habla de varias aplicaciones de distintas sustancias de la mariguana (a veces con intereses no muy claros), la cocaína fue un medicamento y quizá tiene aplicaciones como las tiene la morfina, un derivado de la heroína). Ese bloqueo científico es otra expresión de la tontería y pacatería que ha significado una prohibición irracional.

Cada día que no se despenalizan las drogas hay muertos prevenibles, destrucción social prevenible, gastos enormes en una guerra imposible de ganar y problemas crecientes de coherencia.

11.7.14

¿El fin justifica los tiros?

 
Me preguntan por mi posición ante la lucha armada, que fue el procedimiento de elección de buena parte de la izquierda para alcanzar el poder durante la mayor parte de los siglos XIX y XX.
Nunca simpaticé con la lucha armada en abstracto. Aún siendo muy joven y admirando con reservas al Che Guevara o a los héroes militares inevitables del panteón mexicano como José María Morelos, Vicente Guerrero, Guadalupe Victoria o Pancho Villa (éstos últimos a quienes sigo admirando por ciertas acciones, pero con las mismas reservas), me resultaba claro que la violencia activa raras veces consigue sus objetivos y al final la revolución francesa deviene bonapartismo y la de octubre crea a Stalin y sus huestes de dictadorzuelos, y la Gran Marcha se derrumba en la masacre ignorante del Gran Salto Adelante y en el genocidio ideológico de la Revolución Cultural. Y la revolución mexicana nos deja con un sistema cuyas profundidades de miseria moral, desprecio al otro, abuso y ofensivo caciquismo no tiene medida ni final.

Y los que generalmente ponen los muertos, cuando alguien decide que le viene en gana hacer la revolución, son los inocentes. O los más inocentes. Desde el soldado o policía víctima del "revolucionario" en misión sagrada hasta el ciudadano demócrata y libre, víctima de la intensificación de la represión paranoica del poder. Esas vidas son una moneda que no es propiedad de nadie para usarla en el pago de sus mejores intenciones. Pagar con la vida de otros es esencialmente inmoral. Siempre me lo pareció así.

La violencia es para cuando hay que defenderse del violento. No soy pacifista radical en ese sentido, ni mucho menos católico de poner la otra mejilla. Creo que los límites que vivieron, por ejemplo, los vietnamitas en la guerra que acabó en 1975 o los países invadidos por el nazismo o la República Española bajo asedio, llevan a la obligación de defenderse porque dejarse matar tampoco es una opción razonable. Pero no creo que eso sea extrapolable a la comodidad ideológica que todo lo convierte en asunto de vida o muerte y se pone a repartir muerte.

Me tocó crecer en una época en que la revolución armada era artículo de fe de casi toda la izquierda. Sus referentes eran la URSS, China, Cuba, y luego Nicaragua (esa Nicaragua que acabó saqueada por los comandantes sandinistas, que resultaron los más voraces y los más neoliberales y los más ladrones gobernantes que padeció ese pobre país centroamericano, esa Nicaragua a cuyos líderes conocí y cuya indolencia ante la muerte me sacudió de modo memorable). Y, claro, en Guatemala había caído Arbenz porque no se recurrió a la violencia. Y, claro, Allende cayó 20 años después porque no se recurrió a la violencia. La violencia era incuestionable, salvo por algunos pocos que no nos ganábamos con eso las simpatías de los ortodoxos. Que sí, había trotskistas y estalinistas, castroleninistas y gramscianos, y se rompían los dientes a la menor oportunidad, pero estando todos de acuerdo en que la revolución se hacía a tiros y la duda era cuándo, con qué dinero y bajo la dirección de cuál vanguardia.

Yo, a los 17 años, convocaba un "Frente de deserción" en el que nos reuníamos varios que teníamos la mejor disposición de desertar de cualquier ejército, regular o irregular, que nos llamara a las armas.

El tiempo enfrió los ánimos revolucionarios. El tiempo y las acciones armadas que se llevaron a lo mejor de varias generaciones, hombres y mujeres, generalmente jóvenes, que se sacrificaron creyendo realmente que iban a hacer un mundo mejor. Entre ellos, buena parte de lo mejor de mi generación, gente noble, que creía que estaba haciendo el bien mientras hacía el mal y acababa muerta llevando en la mano un fusil financiado por la URSS o China... gente que mucha falta nos hace hoy para dar la batalla por las mejores causas.

Doroteo Arango Arámbula - Pancho Villa
Hoy en día, tanto en México como en Argentina y España, tengo muchos amigos que luchan en la izquierda mediante la vía democrática, la lucha social y el activismo político... y que condenan el terrorismo en sus versiones más recientes, en particular a ETA. Recuerdo a más de uno de ellos el día en que ETA asesinó a Miguel Blanco, con cara circunspecta y guardando silencio en una España horrorizada o, quizá, cansada ya de tantos muertos con tan poco sentido. Luego indignados con el asesinato de Isaías Carrasco a manos de los mismos miserables. Era un "ya basta, que esto no va a ningún lado".

Y sin embargo sé, porque son mis amigos, que algunos de ellos siguen teniendo la fascinación de la violencia. Que su retirada es, digamos, temporal y circunstancial, asunto contingente, no cuestión de principios. Como dirían dos caudillos del nuevo partido, "la violencia es diferente según contra quién se ejerza", con lo que todo lo pueden relativizar. Todo.

Por eso ante las FARC, por ejemplo, suelen mirar para otro lado. Y suelen darles un espacio para que hablen, y hay solidaridades claras, por pudorosas que sean...

Uno de esos amigos, queridísimo, que condenó muchas veces los asesinatos de ETA en mi presencia, llegó a mi casa en México un día de mediados de la década de 1990, acompañado de tres personas. Los llevaba porque deseaban pedirme que yo, como periodista aunque de poco peso en la opinión nacional, diera mi apoyo a su justa causa. Eran tres abogados vascos, abogados de los etarras. Más que abogados, era obvio, eran gente de ETA, parte de la organización, que compartían estrategia, táctica e ideas con los terroristas que se pensaban revolucionarios; profesionales jurídicos y políticos cuyo objetivo era facilitar la lucha armada hasta la consecución de sus logros, no sólo garantizar los derechos legales de los procesados.

Se sentaron en mis sillas, se tomaron mi café, apagaron sus cigarrillos en mis ceniceros, sonrieron mucho y me dijeron que, si yo aceptaba su apoyo, ellos me darían abundante documentación para argumentar el caso de ETA ante el público mexicano. No me ofrecieron nada, acaso se deslizó muy tenuemente la posibilidad de publicar alguna de mis novelillas en una editorial que también simpatizaba con el grupo terrorista o era parte de él, pero no puedo decir que se me ofreciera un intercambio ni un soborno, no... se invocaba mi solidaridad como hombre de izquierda, mi compromiso con un mundo mejor, mi postura combativa en la prensa mexicana, siempre que podía, contra la injusticia y las violaciones de los derechos básicos, y en favor de la libertad.

Les dije que lo pensaría y les llamaría. Los acompañé a salir. Para cuando cerré la puerta ya lo había pensado. Y lo que pensé fue que no les llamaría. Nunca. Por ahí deben estar (quizá en la biblioteca que aún tengo en México y que estoy por rematar), sus tarjetas de visita. No recuerdo sus nombres. No sé si alguno de ellos está entre los procesados de estos días. No importa.

Tengo amigos que siempre han simpatizado con la lucha armada. Algunos han hecho sentidas biografías de uno u otro líder militar o expresan su admiración sin reservas apenas tienen oportunidad. Viven grandes batallas vicariamente y sin el dolor, el olor de la muerte ni la desesperación del que siente que se le va la vida. Es la épica cinematográfica que supone que cuando cierran el libro, como cuando el director dice "corte", los caídos se levantarán y seguirán su vida porque el dolor leído es abstracción sin sensación. Romanticismo irresponsable.

Varios amigos, conocidos y colegas que han sido parte de mi experiencia vital son personas que tomaron las armas en su momento, en México y en Argentina. No son malas personas, no sé si se cobraron vidas, pero los he escuchado justificando sus acciones. No puedo compartir su posición. (Excluyo, por lo ya dicho, a los que las tomaron defensivamente en la Guerra Civil Española y a quienes los apoyaron, a los maquis franceses y a los resistentes holandeses cuyas manos he tenido, ahí sí, el gusto y el honor de estrechar. Y excluyo a amigos míos que, como jóvenes estadounidenses, se hicieron veteranos de Vietnam, enviados casi de niños a una guerra absurda que sobrevivieron pagando precios elevadísimos.)

Tengo amigos que nunca han tirado una piedra pero que hablan con cariño de alguna acción violenta de tal cura, de tal médico, de tal anarquista, de tal comando, de tal camarada y de tal o cual organización que atacaron con éxito al enemigo. Al otro extremo conocí en persona a los dos, por entonces ya casi ancianos, principales sospechosos del asesinato de Robert Sheldon Harte, el secretario y guardaespaldas de Trotsky que fue secuestrado y ejecutado después del atentado caótico y fallido que organizó el pintor David Alfaro Siqueiros en México contra el líder soviético, con el apoyo de muchos conspiradores estalinistas... a varios de los cuales también conocí cercanamente sin proponérmelo. Más de uno veía con simpatía también a Mario Ramón Mercader Del Río, el asesino de Trotsky en el segundo atentado.

El piolet con el que Mercader asesinó a Trotsky, en una exposición en Filadelfia. (Imagen CC de Jack Donaghy, via Wikimedia Commons)
Por todo esto sé que simpatizar con la lucha armada o con la violencia no implica como requisito gritar "Gora ETA", no. Y menos en los tiempos que corren, cuando cualquiera que no haya vivido en una cueva los últimos 50 años sabe que un "Gora ETA" es un suicidio político salvo en ciertos entornos muy bien acotados y lejos de miradas indiscretas. Es un asentimiento de comprensión pudorosa.

Claro que la izquierda que soñó con llegar al poder por la vía de la fuerza hoy rechaza el terrorismo, y no tiene problemas en condenarlo. Lo que a mí me preocupa son los -muchos- que dicen "pero". El terrorismo es malvado, pero... La lucha democrática es el mejor camino pero... Las armas no son el camino aquí y ahora pero... Condenamos la violencia armada pero... Los que dicen lo que hoy es políticamente correcto, convencidos o no, nadie sabe, con toda la contundencia que se les pueda pedir, sin duda... pero dejando la puerta emparejada, por si acaso cambian las condiciones y vuelve a resultarles aceptable moralmente asumir la lucha armada y aspirar a ganarse un lugar en las camisetas del mañana...

Prefiero a los arrepentidos de verdad. Incluso a los que nunca se arrepintieron y creen que el error no es usar la violencia, sino perder.

Los otros, los hipócritas y los pacifistas de ocasión no son de mi equipo. Los que dicen una cosa y la otra según la compañía, según el cálculo político, según la conveniencia, siempre me dejan la idea de estar simplemente al acecho... como el ladrón arrepentido que por mucho que afirme su cambio y se muestre reinsertado socialmente, yo no dejaría a solas al alcance del patrimonio familiar.

10.7.14

Puédalo usted mismo

La política, dicen algunos, es el arte de lo posible. Otros dicen que ni de broma, que la política es el arte de agarrar el poder y no soltarlo hasta que nuestra mano exánime afloje al momento de nuestra muerte. Otros, más modernos, se están creando una práctica política producto del Ikea de las ideas. Y, por supuesto, algo como Ikea es para todos los que quieran chuparse dos kilómetros de pasillos para encontrar el mismo librero que le han vendido a todo el mundo. Si otras personas lo consiguen, usted también puede tener su propio grupo político de vibrante actualidad. Y para ello le bastan unos sencillos ingredientes ya empaquetados y listos para su montaje, algo que hasta un niño podría hacer.  Esta proeza menor de bricolaje político está a su alcance.

Debe reunir primero sus herramientas. 1. Saliva, mucha. Piense en limones. Piense en limones con sal. Piense en una ensalada con vinagre suficiente como para marchitar rosas a seis pasos. 2. Unas cuerdas vocales a prueba de ácido sulfúrico. Prepárese cantando metal sinfónico a volumen máximo unos meses, cuando menos, salvo que lleve más de 20 años dando mitines cada tres días. 3. Un rostro de cuando menos clasificación 9 en la escala de dureza de Mohs (10 es el diamante) aunque si se fija bien, los maestros del hágalo usted mismo tienen cara como para tallar diamante, es decir, del 11 para arriba. 4. Dos amigos que le ayuden, uno para comenzar los aplausos animando a las masas y otro para poner quietos a los revoltosos. 5. Un micrófono. Aunque los profesionales pueden montar este mueble sin micrófono, porque alcanzan con la voz desnuda más decibelios que una Harley Davidson desbocada, no se confíe. Micrófono y un técnico de sonido al cual pedirle que suba y suba el volumen hasta que suene ese pitido molesto que indica que los enemigos del pueblo lo están saboteando porque le tienen miedo a su modesto, humilde y sencillo liderazgo internacional de estadista que marca la historia. 6. El dedo.

Con sus herramientas listas, puede comenzar.

Cabrearse es impactante. El propio Leo Buscaglia, que hablaba
de amor y bondad, podía ser acojonante con el gesto adecuado.
Practique, practique, practique.
Primero, tome usted todos los agravios que el poder político, religioso y económico de todos los tiempos haya cometido en contra de la población más bien indefensa cuando no indefendida, y denúncielos como si usted los hubiera descubierto ayer después de desayunar y nadie más se hubiera dado cuenta, vamos grite que ha descubierto el agua tibia, el mediterráneo, el hilo negro y una cosa plateada misteriosa que se ve en la noche y a la que usted, en su genialidad, ha bautizado como "Luna". Tenga cuidado con los matices: no quiere ni uno en su mueble. Todo es negro salvo usted, que es la luz del pueblo.

Por ejemplo, puede denunciar el descuido del patrimonio arquitectónico, la brutal conquista de América, la ley Gallardón, los crímenes cometidos por la república francesa contra la comuna de París (no se preocupe si en el siguiente párrafo se declara republicano, nadie se va a dar cuenta), las preferentes, la pederastia de los curas católicos, el saqueo de Persépolis a cargo de las tropas de Alejandro Magno, el calentamiento global, Eurovegas, la privatización de la sanidad española, las torturas del pinochetismo, Disneyland, el hambre en África, el reggaeton, la inequidad fiscal, la deuda externa, el tráfico de armas, los trabajadores malpagados del Tercer Mundo, las limitaciones al aborto libre, la deuda interna, los porrazos de la policía a manifestantes pacíficos o ciudadanos que pasaban por ahí y les han dado cera por si acaso simpatizaran con algún rojeras, la esclavitud en Estados Unidos, la monarquía española, la ocupación de los territorios palestinos, los terratenientes, Monsanto, el sistema D'Hondt, la democracia representativa, la homofobia, Ángela Merkel, la inquisición, la democracia directa, el sistema de partidos (aunque usted esté armando el suyo, tampoco se van a dar cuenta), la represión del alzamiento de Espartaco, los problemas del medio ambiente, los abusos a inmigrantes, la derrota de Brasil ante Alemania, los libros de Paulo Coelho, Hiroshima, el franquismo, el aceite de colza, la publicidad engañosa, la riqueza ofensiva, la miseria más ofensiva aún, el alto precio de la electricidad, Paco Marhuenda y Alfonso Rojo, la usura, la guerra de Vietnam, la pena de muerte, Dolores de Cospedal, la cruzada contra los albigenses, la Coca-Cola, las pensiones de los políticos, los sueldos de los políticos, las corbatas de los políticos, las lluvias que destruyen cosechas, las sequías, la violencia de género, las orejas del Príncipe Carlos, la reducción en las pensiones, Telecinco, la adulteración de bebidas en los locales nocturnos, la demolición de la educación pública, la discriminación contra los gitanos, el toro de La Vega, la troika, la guerra de Irak, la cacería furtiva de rinocerontes, la connivencia del poder judicial con el legislativo y, literalmente, miles, decenas de miles de otros temas (aunque recomendamos centrarse en un par de docenas, sobre todo para que se los aprenda bien de memoria).

Demóstenes no pasó a la historia (y a mejor vida)
por ciencia infusa. Practicaba y practicaba.
¿Por qué hacer esta lista?

Porque la enorme mayoría de los seres bienpensantes y biensintientes de este país y este mundo estarán de acuerdo con usted en que tales cosas no deberían pasar, y que la injusticia debe ser combatida, que el dolor debe paliarse, que los derechos deben garantizarse y que es de gente decente oponerse a todo lo malo.

Es decir, de modo sencillísimo usted se gana la simpatía y la complicidad de la mayoría de quienes le escuchan, porque les gusta ver que alguien que habla tan bonito comparta su indignación. Su público concluirá que usted está con ellos, por supuesto, que le duele lo que nos duele a todos, que le indigna lo que nos indigna a todos (menos a alguno muy hijoputa), que usted es uno más de la peña de amiguetes, compañero de penurias (independientemente de sus sueldos, dato que usted se guarda pudorosamente), colega, amigo, compinche y cófrade.

Dado el primer paso, lo que sigue es, claro, demostrar que usted puede acabar con todo eso si tan sólo le dan su voto. Pregunte: ¿por qué seguimos así? y, sin dejar que nadie más responda, responda usted: Porque a la gente la manipulan y la hacen vivir con miedo, pero usted ni los quiere manipular ni les tiene miedo (convicción, dígalo con convicción y a gritos, de ser posible), sino darles el poder (eso mola cantidad, nadie le dirá "no, no quiero").

Siempre sorpréndalos diciéndoles para dónde queda el futuro.
El dedo señala, puntualiza, entra y profundiza. Y rasca, que no es poco.
Pregunte, ¿y qué hay que hacer? Y responda antes de que se le adelanten: pues hay que cambiar las cosas, hay que ser valerosos y aprovechar la oportunidad para emprender, todos juntos y unidos contra el enemigo, como una sola voluntad, un puño decidido, la necesaria, impostergable y en realidad urgente transformación de los mecanismos del poder, del sistema de la economía... llevar a cabo una renovación que tenga en cuenta los deseos, anhelos legítimos, bienestar y sueños de las mayorías, de ellos, los que le escuchan, de la gente, de nosotros, de las víctimas, de nuestro sagrado derecho a decidir. Subraye: es el momento de decir basta y cambiar de rumbo, por las buenas o por las menos buenas, reorientar los esfuerzos del gobierno, finalmente recuperado para sus anhelos por ustedes que somos nosotros, con el altísimo fin de servir a los intereses de todos y no a los de una minoría elitista, malévola y abusiva, casta inmunda de parásitos. Y para ello implantaremos un código ético con precisas líneas rojas que no se pueden traspasar, donde el pueblo sea el que decide sin ingerencias de advenedizos. Dígales, enfáticamente: es el momento de exhibir la audacia necesaria, la alegría, la decisión y la disposición a darle un vuelco a la historia y rebootear el sistema, reinventar la toma de decisiones, ser imaginativos en la forma de gobierno, quijotescos en las decisiones, realmente democráticos, realmente representativos, artífices de nuestro destino compartido porque somos mayoría, mayoría de las más mayores y mayoritarias, con un nuevo proyecto de país. Y eso es clave, así que desgañítese un poco: un proyecto de país sólido, integral, bien diseñado, completo y generoso, un gran proyecto para un gran país en el que caben todos, sobre todo aquéllos que han sido marginados por el oprobioso sistema, con un gobierno de ideas, sobre todo de ideas. Porque nosotros tenemos un proyecto distinto del de ellos, los que van a la guillotina (metafóricamente, claro, al menos de momento). Dígales, con toda pasión, que es el momento de que ellos, pueblo sobre pueblo y pueblo pobladísimo, tomen en sus manos las riendas de su propio futuro, para darle forma con entusiasmo al país en el que habrán de vivir sus hijos y sus nietos, en una realidad más luminosa que la que nos deparan los que hoy nos pisan el cuello, los infames a los que debemos derrotar cuanto antes, los caínes, los judas, los atilas opresores, laputacasta. ¡Y los únicos que podemos salvar a la patria somos nosotros, y la vamos a salvar porque confiamos en el pueblo y no le tenemos miedo!

El dedo, recuerde. El dedo. Usted tiene diez, pero uno es fundamental.
Si es usted lo bastante contundente, el aplauso sobrevendrá como una cascada refrescante, munífica y nutrida que se la ponga dura como el basalto. Y de paso casi nadie (algún amargueta habrá, pero ¿quién les hace caso?) se dará cuenta de que usted no ha dicho prácticamente nada. Vamos, ha dicho que hay muchas cosas que están mal y hay que cambiarlas para que todos estemos mejor, especialmente los que están peor, conclusión que tampoco requiere un doctorado en mecánica cuántica ni una visión de estado inédita. Pero la encendida llama de su discurso de inauguración vibrante del futuro debe dejar a todos tan deslumbrados que no se den cuenta de que usted no ha ni rozado la parte difícil del tema, que sería cómo se hace todo eso, quién lo paga, cómo se consensúa, a quiénes se piensa llevar entre las patas, qué hacemos con los que opinan distinto y cómo es que usted es tan genial que a nadie se le había ocurrido que la felicidad se puede decretar a las nueve de la mañana y a las diez ya estamos en la hamaca colectiva, disfrutando la brisa colectiva con un mojito colectivo en las cansadas manos colectivas.

En el "cómo" ni se meta. Si no, en vez de poder, naufragará. porque la realidad es el enemigo número uno para este ejercicio de do it yourself.

"El demagogo", del despiadado muralista mexicano
José Clemente Orozco.
Lo que debe evitar ante todo es a los que le pueden decir algo mucho peor que "neoliberal", "fascista", "casta", "ppsoe" y hasta "agente a sueldo del imperialismo", los que le podrían llamar "demagogo". Sobre todo si esos agentes del averno saben que la demagogia es el empleo de un encendido discurso para apelar a las pasiones, prejuicios y emociones de la gente para movilizarla políticamente y hacerla actua en lugar de acudir al argumento racional, a la invitación a la reflexión. Emociones, pasiones y prejuicios pueden ser manipulados por cualquiera, neoliberal, fascista, comunista, anarquista, monárquico, falangista, maoísta línea de masas, trotskista reciclado, hippie, orador motivacional, gurú, neoconservador arisco o rapero con dientes de oro. Y está claro que la demagogia funciona, por eso la usamos, pero los que hacen preguntas incómodas quieren que la gente reflexione así, por libre, sin dirección, sin previo condicionamiento al estilo que usted prefiere que es de "piensa libremente, piensa por ti mismo y piensa esto que te estoy diciendo, que es bonito, fresco, fácil y te llevará al edén sin dolor".

A ésos no los quiere. Cuando la gente piensa lo que quiere, cuando cuestiona no sólo a los opresores, sino a los proyectos de salvadores salidos de debajo de una piedra, autoproclamados, autoelegidos, tan autoexaltados como Napoleón cuando se plantó a sí mismo la corona que lo convertía en emperador (él, tan republicano, tan defensor de la revolución francesa en Toulon, tan amigo de escribir panfletos revolucionarios y publicar periódicos populares antes de descubrir que él era la solución de Francia), es peligrosa. Cuando la rebeldía le exige cuentas también a la rebeldía y cuando la reflexión es barrera que impide que la exaltación sea el arma del orador encendido, las masas son difíciles de controlar, de gobernar, de dirigir, de llevar por el buen camino.

No le deje ni un resquicio a los preguntones, a los cuestionadores, a los que le pueden llamar demagogo.

Y, pese a que ganas no le faltarán, no les rompa las piernas, al menos no en público... o al menos mientras no tenga el poder. Ya después... veremos...

5.7.14

Historias de ceguera voluntaria

Mítica fotografía de Josef Koudelka "Tropas invasoras del Pacto de Varsovia frente
a la sede de la radio" Tomada en agosto de 1968, cuando los tanques soviéticos
pusieron fin al experimento de un socialismo democrático, libertario y
popular en Checoslovaquia conocido como "La primavera de Praga" (¿alguien
pensó que la "primavera árabe" era un nombre original?). La foto señala,
en el reloj del fotógrafo, el momento de la llegada de los invasores al centro de Praga.
Una de las cosas que tiene el haber acumulado muchos años es gozar de la ventaja de la memoria. Cuando escucho hoy la defensa que muchos militantes de cierta izquierda hacen de toda buena fe de gobiernos como el venezolano, del Partido Podemos o del caudillo de la semana, la memoria pide la palabra.

Primero que nada: los entiendo perfectamente; su entusiasmo, su disposición casi suplicante de ser seducidos por una retórica luminosa que prometa libertad, justicia, bienestar para los oprimidos, escuelas, hospitales, seguridad... el paraíso sin dolor. Escuchan por primera vez hablar de lo que les apasiona y por tanto elevan a quien habla a la calidad de líder más necesario que el agua. Y, por tanto, a cualquiera que ponga en duda al líder o a alguna de sus consignas se convierte en el enemigo.

Hace muchos años, con la misma buena fe, otros que soñaban también con un mundo mejor, se indignaban exactamente igual ante críticas a los regímenes que creían (ingenua, ingenuísimamente) que defendían lo mismo que ellos. La invasión a Checoslovaquia de 1968 era aplaudible. Los gulags eran un invento del imperialismo. Los campos de la muerte de los Khmeres Rojos de Pol Pot eran propaganda de los medios occidentales vendidos. Ceaucescu o Jaruzelski o Enver Hoxa eran víctimas de la desinformación de occidente. La genocida Revolución Cultural china, la genocida colectivización forzada del campo soviético, el Gran Hermano personificado en los CDR cubanos, las barbaridades megalomaniacas de Kim Il-sung (y luego de su hijo Kim Jong-il, como hoy de su nieto Kim Jong-un, socialismo monárquico), todo, absolutamente todo se reducía a "el miedo que el imperialismo tiene a los pueblos en marcha hacia su liberación" y otras frases de elevado impacto y relación escasa con la realidad.

Pero eran hechos dolorosamente reales, los aprovechara o no la propaganda de una guerra fría en la que todos sabíamos, hasta 1990, que cada día podía ser el último, el del holocausto nuclear decisivo.

Al paso de los años, uno, joven de izquierda convirtiéndose en hombre de izquierda, empezaba a dudar de que todos los que levantaban la voz de alarma sobre los horrores en el paraíso presuntamente comunista estuvieran mintiendo, que "el enemigo" tuviera la capacidad exquisita y absoluta de controlar cuanto decían tantos. Y se preguntaba si realmente así era el paraíso de los trabajadores, el cielo por asalto, el arranque del futuro venturoso de las masas, el summum del gobierno de las mayorías desposeídas sobre las minorías poderosas.

No había en esa izquierda, de tan buena fe, insisto,  ni el intento por demostrar que los hechos no lo eran, que los datos eran imprecisos, que la información no representaba la vida cotidiana de tantos. La razón tenía prohibida la entrada. El silogismo era sencillo: "La derecha odia a la izquierda, tú criticas a la izquierda y le das armas a la derecha, ergo tú eres de derecha, su representante o siervo". ¿Que es un razonamiento lamentable? Sí, pero intentar explicarlo en asamblea era garantía para recibir desprecio, invitaciones al silencio o la ocasional paliza de los guardianes de las esencias.

Pero estaban las personas de esas mismas sociedades míticas, los ciudadanos, los libertarios de izquierda, garantistas y progresistas, defensores de los derechos de todos, periodistas honrados, trabajadores indignados, que se arriesgaban a ser denunciados como siervos del enemigo por atreverse a decir que allá se sufría y, con frecuencia, para vergüenza de todos, se sufría más que en las sociedades en las que vivíamos, tan patentemente injustas y tan claramente sufrientes. Que con demasiada frecuencia había menos libertad de la que teníamos en los países donde luchábamos por más libertades. Resultaba, asombrosamente, que era peor para la mayoría, vivir en los países donde, decían, gobernaban los "nuestros" que en algunos de los países donde el poder lo detentaba el adversario ideológico...  ¿Era eso una vindicación de la derecha, una demostración de que los sistemas injustos son mejores? ¿O era, simplemente, una condena brutal a la simulación que se cometía en nombre de ideales que se traicionaban?

Con toda buena fe, los estudiantes chinos del Movimiento por la democracia del 89 levantaron
la imagen de la diosa de la democracia en Tiananmen. Pocos días después el movimiento
era sofocado cuando el Ejército de Liberación del Pueblo chino abrió fuego contra
los manifestantes acampados, dejando entre 150 y 2500 muertos.
La burda estatua de escayola fue demolida.
Uno conoció los hechos. Le dio la mano a Fidel Castro no de buen grado, conoció a las personas comunes que no eran agentes pagados de la derecha, enfrentó el hecho de que la realidad no se parecía al sueño. La caída de la Unión Soviética hizo imposible negar las atrocidades, las masacres, la tiranía, la aristocracia depredadora, el desprecio al pueblo, la represión, el miedo, el esquema donde el Partido era el patrón, el explotador sin contrapeso alguno. Los ciegos voluntarios bajaron la cabeza y miraron para otro lado sin pedir disculpas por un encubrimiento que en vez de servir a los mejores ideales los había malversado en perjuicio de las mayorías. De las mayorías.

Nada de eso hacía mejores las injusticias de este lado. No justificaba la pobreza, la inequidad, la ley para el que puede pagarla, las libertades escasas, el hambre, las escuelas pocas y malas, las medicinas inalcanzables... Precisamente por eso, condenar los crímenes cometidos en nombre de la izquierda no era ser enemigo de la izquierda. Al contrario, esa condena era una obligación moral para defender los mejores ideales de la izquierda.

Mientras en nuestro "aquí" se buscaban mejores condiciones de trabajo, medios de comunicación independientes, un sistema legal fiable y justo, una educación científica, crítica y cuestionadora; la libertad de ser, estar y pensar; el derecho a disentir sin temer al represor, el fin de los torturadores... en el mítico "allá" era imposible siquiera luchar por los mismos ideales.

El esquema se repite hoy con algunos gobiernos presuntamente (muy presuntamente) de izquierda. Gobiernos que reeditan el caudillismo más lamentable y la demagogia más cansina, pero consiguiendo que algunos, especialmente fuera de América Latina, crean que es su peculiar "ahora sí", al que creen tener derecho por sólo ser, y por tanto rechacen en arco reflejo la denuncia de los errores, esa denuncia que debería ser una de las más altas misiones de la izquierda.

Pero hoy como hace 30 años, quien denuncia es sometido al mismo tratamiento por los ciegos voluntarios, los apasionados sin mayores matices ni reflexiones, y para los que el disidente, el crítico, el cuestionador, no puede ser honesto, es impensable, es imposible... quien no esté de acuerdo con "nosotros" debe ser considerado enemigo del pueblo, golpista, fascista, guarimbero, contrarrrevolucionario, imperialista, neoliberal... y punto.

En España, cercanos amigos y beneficiarios de esos gobiernos y de la teocracia iraní misógina, homófoba y con proyectos genocidas son objeto de la misma defensa irreflexiva. Son unos pocos que pretenden ocupar todo el espacio del debate político. Si San Cipriano estableció la preeminencia de la iglesia diciendo "extra Ecclesiam nulla salus", "fuera de la iglesia no hay salvación", ellos vienen a informar "la izquierda soy yo y fuera de mis membretes no hay izquierda, sólo presas legítimas de todo odio y desprecio". Y sus seguidores, entusiastas, de innegable e indudable buena fe, de nobleza sin sombra de duda, se ponen entre el astuto caudillo y la crítica, esperando así merecer la solución mágica a sus problemas, que el caudillo haga realidad la spanishrevolution que ese mismo caudillo y su entorno les prometieron primero haciéndoles creer que eran protagonistas para luego reducirlos a seguidores.

Seguidores que de nuevo eligen la ceguera, temerosos de que la crítica y la autocrítica "le den armas al enemigo", dispuestos a aceptar un acuerdo de mínimos morales que establezca lo bueno y lo malo de manera clarísima y tranquilizadora, donde lo bueno es, claro, el caudillo y su entourage, y lo malo es todo lo demás. Pensar, nada.

Y la memoria cuenta que en un futuro vendrán a enterarse de que el enemigo estaba dentro, no fuera, y que la única forma de vencerlo es, precisamente, la crítica abierta y plural, no el culto súbito a la personalidad cuyo único legado son ridículas estatuas de tantos tiranos que también inauguraron la escalera al cielo... que no fue a ninguna parte.

Cuestionar es un deber moral. La ceguera voluntaria no es un lujo que debiéramos permitirnos. Como sociedad. Como individuos. Como personas dignas.

Yo creo.