21.2.16

La fácil oposición

Actualización el 22 de febrero: Casualmente alguien citó algún estudio de uno de los teóricos de Podemos, Íñigo Errejón, que me pareció interesante. Conseguí el PDF de "Estados en transición: nuevas correlaciones de fuerzas y la construcción de irreversibilidad", ponencia que presentó en un seminario en Ecuador hace un par de años y que precisamente va en contra de lo que aquí planteo. Como allá dijo lo que nunca diría en España y en público, y como tiene que ver con esta entrada y con los desmanes de su gente en la tarea de gobierno, copio: "... la construcción de un pueblo requiere siempre la construcción de un “afuera”, de algo que no es el pueblo, de un “anti-pueblo”. Y en la gestión del anti-pueblo, uno tiene que tender a reconciliar al conjunto de la comunidad política pero a la vez un gobierno popular no puede disolver el antagonismo, no puede “gobernar para todos”. Es más, no puede dar siquiera la imagen de que gobierna para todos porque eso sería tanto como disolver la identidad popular que lo ha hecho mayoritario."
Gráfico de Gapminder mostrando la expectativa de vida comparada con los ingresos por persona. Este sitio y su creador, Hans Rosling, utilizan datos para darnos una visión más fiable de la realidad social, económica y de salud del mundo, información útil para cambiarlo.
No estoy de acuerdo con que haya gente sin hogar. No estoy de acuerdo con que haya niños sin una alimentación adecuada. No estoy de acuerdo en que haya gente en el paro. No estoy de acuerdo en que algunas personas pierdan su vivienda por impago de alquiler o de hipoteca. No estoy de acuerdo con que baje la calidad del sistema sanitario. No estoy de acuerdo con la guerra. No estoy de acuerdo con que los trabajadores no reciban salarios suficientes, ni que carezcan de un ambiente de trabajo seguro, sano, cuidado y respetuoso. No estoy de acuerdo con... bueno, es la idea.

¿Usted sí?

Quiero pensar que quien esté de acuerdo con que ocurra todo esto es una minoría, incluso en la derecha (al menos la que no depende de su más obsecuente visceralidad).

Oponerse a lo malo es fácil. Es más, es sencillísimo. No requiere demasiado esfuerzo intelectual ni hacerse cuestionamientos morales demasiado complejos. Es directo, en blanco y negro y lo deja a uno sintiéndose como un campeón de la justicia social.

Esta oposición obvia sin embargo dos asuntos fundamentales que deben venir después de la lamentación sobre el estado de las cosas: entender las causas de estos hechos perjudiciales y encontrar formas de resolverlos, de eliminarlos de nuestra sociedad. Y allí es donde solemos tropezar con la enormidad, la verdadera enormidad de algunos problemas, causalidades múltiples, responsabilidades compartidas, a veces errores de diseño en el sistema, a veces mala fe a carretadas, a veces el maldito azar y siempre, siempre, la imposibilidad de generalizar. No es igual, pongamos por ejemplo, quien no puede alimentar a sus hijos porque tiene un salario infame a manos de un empleador voraz que aprovecha que el empleo que ofrece es la última esperanza de un trabajador en una sociedad con un asfixiante 25% de desempleo, y quien no los alimenta porque aunque obtiene enormes ganancias de la venta de drogas, se las gasta en drogas para sí mismo, en timbas de póker y en borracheras. Ya sé que es un extremo, pero entre ambos extremos hay una gama enorme de matices, aplicables a todos los problemas, como los enumerados al principio de esta nota.

Uno, que ha vivido en la oposición, sabe que su posición es, en una u otra medida, extrema. Yo, pongo un ejemplo, deseo que las religiones organizadas desaparezcan, que el estado no financie a las iglesias y sus fiestas, que los medios de comunicación no emitan saraos religiosos y que la separación iglesia-estado no sea una meta, sino sólo el punto de partida del combate final de la razón contra la superstición. Al final, desearía que la religión fuera una memoria de la infancia intelectual de la humanidad y que las iglesias se convirtieran en museos y en bibliotecas.

Iglesia dominica de Maastricht convertida en librería. (Imagen CC de Bert Kaufmann, via Wikimedia Commons)
Sin embargo, si yo llegara a ejercer algún poder político (esperemos que nunca ocurra tal desgracia), y lo obtuviera por la vía democrática, claro, tendría que moderar mis posiciones personales con la responsabilidad de gobernar para todos, incluidos los que están en desacuerdo conmigo y con mis sólidas y bien fundamentadas ideas. Incluso si mi programa de gobierno incluyera esa separación iglesia-estado tajante y decisiva, e incluso si obtuviera la mayoría absoluta, un 65% del voto, estaría obligado a entender que ese 65% de los votantes puede no estar totalmente de acuerdo con todo mi programa, sino que me han votado por el conjunto de propuestas y compromisos que asumo. Es decir, que aún en esas condiciones no estaría yo legitimado para ser el líder de la dictadura de las mayorías y cerrar iglesias para convertirlas en bibliotecas con un sonoro encadenamiento de dictados de un "¡Exprópiese!" evocador de Hugo Chávez en sus peores momentos.

¿Por qué? Porque sería mi obligación tener en cuenta a los creyentes, a quienes usan esas iglesias, a quienes apoyan su existencia por más que me moleste, a quienes están en desacuerdo conmigo y tienen, qué cosas, derechos y libertades que debo respetar.

Puedo, sí, por poner otro ejemplo y si consigo el presupuesto necesario, incrementar la educación sobre religión a fin de conseguir que el número de creyentes descienda o que los propios creyentes acepten que es mejor usar las iglesias como bibliotecas y circunscribir los actos de culto al espacio privado en el que más cómodos están.

Yo administrando la política de relación con las religiones y las iglesias en un gobierno democrático, por supuesto, sería un desastre. Enfrentaría al episcopado y su poder, facilitando que me echaran encima a sus huestes de incondicionales como Hazteoir lo hizo con Rodríguez Zapatero; denunciaría a los islamistas radicales, me negaría a que el Papa pusiera un pie en España, cancelaría los conciertos educativos con la iglesia, impondría no sólo el IBI, sino impuestos especiales a las fabulosas riquezas que la iglesia tiene dentro de sus inmuebles... haría muchas cosas que provocarían muchos problemas y resolverían pocos, aún si me circunscribiera al marco legal. También dentro de ese marco legal haría lo posible por que los curas pederastas respondieran ante la ley, impidiendo que los ocultaran sus compañeros de profesión, y aplicaría igualmente la ley con quien cometiera violencia de género, sin importarme para ello que tanto el agresor como la agredida fueran musulmanes y estuvieran de acuerdo en que el Profeta dijo que él le podía zumbar a ella. Pero todo ello, claro, lo tendría que hacer con arreglo a las leyes vigentes y, en todo caso, luchar por cambiar las leyes cuando son repugnantes, a fin de tener un marco legal más avanzado.

Mientras, provocaría un lío de proporciones.

Esto es enormemente aburrido. Es lento. Es tortuoso. Implica negociar con fuerzas diversas... implica tener en consideración a quien yo estoy seguro de que se equivoca, hombre ya. ¡Qué distinto es del sueño de tomar el cielo por asalto y decretar la felicidad de las masas agradecidas, de acabar con el mal, de cambiarlo todo, de gobernar por edicto, de prohibir y disponer como Iván el Terrible! Además de que esa revolución absoluta sin duda lograría que nos erigieran algunas estatuas que nos dejarán muy orondos por esa extraña idea humana de que el mejor homenaje a nuestros ciudadanos distinguidos es convertirlos en cagaderos de palomas.

Eso es lo que están descubriendo los profesionales de la oposición sin neuronas que han llegado a disfrutar algún poder en algunos ayuntamientos españoles por obra y gracia de la demagogia. El baño de realidad que se están dando es espectacular y lo resienten los asaltantes del cielo pero más lo resienten quienes les votaron porque sinceramente creyeron que los iluminados iban a arreglarlo todo con la varita mágica. Porque los problemas, según ellos, no eran complejos ni multifactoriales... eran todos asunto de voluntad política, la culpa era sencilla de atribuir: son ellos... los quitas a ellos, me pones a mí, y te mandaré un cheque de mil euros a tu casa todos los meses porque eres guapo. Y los pusieron al frente de las instituciones y ahora resulta que siempre no, que esperen, que esto no era tan simple como parecía...
Nota de El Mundo, 20 de febrero de 2016
Los trabajadores quieren demasiado, descubre Ada Colau, que además de repente entiende lo que nunca entendió cuando dirigía a las masas enfervorecidas hacia la tierra prometida del colauismo: que hay "limitaciones presupuestales". ¡Qué sorpresa! ¡No existen vastas cavernas llenas de oro que los malditos de la casta guardaban para sí, despilfarrándolo en odaliscas y mancebos y vino denominación de origen mientras el pueblo clamaba por pan a sus puertas! ¡No hay la discrecionalidad que se exigía que ejercieran los odiados de la casta para resolver los problemas prohibiendo acá y ordenando allá! El espacio de maniobra del poder político está acotadísimo por leyes y reglamentos y protocolos y exigencias insalvables en el ejercicio fiscal, en el cobro de impuestos y en su aplicación y casi todo el dinero que entra ya tiene destino, con él se pagan servicios, bienes, trabajadores, todo el aparato de administración.

Y aún cuando detienes el gasto superfluo y las irregularidades que cometían los que estaban antes, lo que sobra no es precisamente cantidad suficiente para resolver los problemas de una enorme ciudad. 2 millones de euros será -es- una fortuna para un ciudadano de a pie (reconvertido en pillo en Audi merced a su deshonestidad) pero cuando tu presupuesto ya comprometido es de 2.550.600.000€ (sí, más de dos mil quinientos millones de euros, que es el presupuesto de Barcelona para 2015), dos millones no te dan ni para limpiarte los mocos... menos aún para darle a todos los trabajadores de la ciudad, o del propio ayuntamiento, una remuneración de dos salarios mínimos al mes.
Nota de Europa Press del 18 de febrero de 2016.
El entorno de Manuela Carmena (víctima si las hay) descubre también que no es igual tomar una capilla o mearse a media calle descojonada de la risa como performance que imponerle las mismas historias a toda una ciudad que, cierto, quiere cambios, pero no forzosamente todos los cambios con los que sueñan los alrededores de la alcaldesa, que finalmente sólo conocen la realidad a través del lente teórico de cinco autores apreciadísimos en la facu y que si los lees y repites, sacas notable. Que los títeres y el madrenuestra y los coños por las paredes que son tan rechupiguay como suma contestataria en espacios minoritarios no eran exactamente lo que "la gente" quería. Quizá descubran que para que la gente aprenda a tolerarlo deberá pasar por un proceso de educación que no se les había ocurrido... ¿por qué si ellos eran la solución, la única y sencillísima solución a todo, al aspecto económico, sobre todo, pero también a las taras conservadoras de una sociedad que aún no se sacude el franquismo ni al episcopado ni la idea de que todos los rojos son como los rojos de caricatura del ABC (cosa que algunos rojos insisten en confirmar), y que si asumen la aburrida administración cotidiana de los problemas, necesidades y ocurrencias de cada uno de los 3.141.991 habitantes de Madrid a los que tiene que atender el Ayuntamiento, no tienen puta idea de qué va la cosa.

Y entonces es el momento de los "usted disculpe" y de los "lo hice sin pensar" y los "era una broma" y los "era joven y necesitaba el dinero" y los "pues presentamos una querella contra esos guarretes" y todo eso que deberían haber sabido que vendría porque el mundo, este mundo, su gente, esta gente, sus problemas, sus soluciones y su enorme complejidad no tienen nada que ver con las fantasías en las que viven en la academia endogámica, en las élites perfumadas, en quien nunca respiró nada más peligroso que el polvo de tiza.
Nota de larepublica.es del 5 de febrero de 2016.
Y así se está dando de narices con la realidad el alcalde de Cádiz, al que la ciudad y sus problemas se le han convertido en un acertijo matemático de altísimo nivel que pretende resolver callando a los concejales opositores y advirtiendo que él tiene una carrera... con esa arrogancia que, ingenuos, pensamos que era privativa de una derecha caciquil, autocomplaciente y arrogante.

Claro que hay que pedir que las iglesias se conviertan en bibliotecas y ser, como la vieja revista mexicana El hijo del ahuizote, "de oposición feroz e intransigente con todo lo malo". Con todo. Pero para hacer efectivos los ideales hay que conocer las limitaciones de la realidad, el enorme trecho que media entre estar en desacuerdo con las atrocidades que me rodean y resolverlas. Entre querer y poder. Uno puede querer volar con la capa ideal de Supermán, pero cuando decide tirarse de un séptimo piso munido solamente con dicho trapo, sus posibilidades de éxito son, por decirlo amablemente, escasísimas.


Cuando crees que puedes pasar del espacio de la denuncia y la justa indignación al espacio de las soluciones sin realmente haber entendido el problema... eres parte del problema. La realidad te impartirá un curso acelerado, sin duda, pero quien lo pagará no serás tú, sino la gente a la que le contaste tu cuento. Y que es finalmente a la que lanzas del séptimo piso con tu capa mágica.

17.2.16

¿Contra quién dices que protestas?

Como defensor de la libre expresión, como crítico de la religión, como ateo militante y como hombre de izquierda, siento que resulta razonable que haga una toma de posición ante el juicio que comienza ahora contra Rita Maestre.


Boceto rápido de retrato: Maestre, 26 años, ha sido militante de grupos de los creadores y jefes de Podemos, en particular de Contrapoder, organización creada por Pablo Iglesias y con la que controlan desde hace años la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense, y de "Juventud sin futuro", uno de los colectivos organizadores del 15M. Maestre ha tenido una carrera curiosamente fulgurante en poco tiempo: de la capilla a trabajar en el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag), consultoría política asesora del gobierno venezolano, entre otros, cuyo director es muy apreciado por el presidente de ese país y en el que han tenido actividad las cabezas visibles de Podemos. De allí, saltó a puestos de decisión en Podemos y, finalmente, a la lista electoral de "Ahora Madrid", hasta convertirse en concejala y portavoz del ayuntamiento presidido por Manuela Carmena.

Los hechos, hasta donde se conocen: el 10 de marzo de 2011, un grupo de militantes de Contrapoder recorrieron el camino entre su facultad y la Psicología, pasando el Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI) y la biblioteca de económicas, hasta llegar a la capilla católica que está en el bajo de un edificio de psicología al otro extremo del campus. Su objetivo era exigir que se cerrara la capilla, entendiendo que no tiene nada qué hacer en una universidad pagada con dinero público.


La reconstrucción de los hechos es difícil, sobre todo porque el tema fue profusamente cubierto por la prensa de derechas y religiosa, con la saña que le es característica, mientras que la prensa afín a la izquierda arcaica se dedicó más a defender a los manifestantes que considera "de los suyos" y sus acciones que a informar de qué había ocurrido realmente, así que todo testimonio y relato resulta sospechoso y escaso de hechos. Trato de separar hechos de valoraciones y reportes interesados: entre 50 y 70 personas de Contrapoder, encabezadas por unas 20 mujeres con pañuelos morados (era todavía sólo el color de la lucha feminista, Podemos no existía ni se había apropiado de él) entraron en la capilla de Psicología, interrumpieron una oración, algunas de ellas se desnudaron total o parcialmente de cintura para arriba y corearon consignas como "Vamos a quemar la Conferencia Episcopal", "Me cago en Dios, me río de la virginidad de la Vírgen María", "Menos rosarios y más bolas chinas" o "Contra el Vaticano, poder clitoriano" (son en las que coinciden varias fuentes, aunque alguna atribuye a Maestre la amenaza "Arderéis como en el 36").


Las activistas publicaron fotografías de su acción en sitios como "Fotogracción" y después exigieron que fueran borradas sin dar explicaciones. Unos días después, algunos participantes y organizadores eran detenidos por una denuncia del pseudosindicato de ultraderecha "Manos limpias" que se apoyaba en los artículos del Código Penal que tipifican delitos tan extravagantes como la "profanación" y la "ofensa de los sentimientos religiosos". 13 días después, el diario Público (que patrocina el programa "La tuerka" del grupo de Somosaguas) organizaba un chat para que se defendiera Rita Maestre, cuya carrera política se catapultó a partir de esta acción. En él dijo que se trató de una "performance; en todo caso, una acción simbólica y pacífica de protesta", se apresuró a decir que ella, en lo personal, "no participó" en la protesta y, de hecho, que la Asociación Universitaria Contrapoder en la que militaba también se deslindaba. En resumen, unas chicas que no tienen nada que ver con ningún grupo político pasaron por allí y decidieron protestar porque no tenían nada mejor qué hacer. Poco plausible, y menos al ver las fotos de unas 50 personas saliendo de la FCPS y caminando a la capilla. El juicio finalmente comienza ahora, 5 años después.

Finalmente, hace unos días, la joven política pidió una entrevista privada con el arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, a quien le presentó disculpas por su acción de hace cinco años. Astuto, el arzobispo decidió mostrarse misericordioso y perdonarla, aunque uno sospeche que su actitud es tan profundamente insincera como la de Maestre, de pronto más interesada en proteger su carrera que en promover el laicismo.

Es fácil ver que en el asunto se mezclan muchos elementos y para poderlo analizar hay que deslindar y categorizar cada uno.

Primero que nada: una capilla no tiene nada qué hacer en una universidad pública, por supuesto. Sería razonable y deseable que se emprendieran las acciones necesarias para presionar a la rectoría de la Universidad Complutense de modo que cancele las concesiones correspondientes a las capillas aún existentes. Cierto que hay alumnos católicos, pero también los habrá de otras confesiones religiosas que no tienen templos propios en la universidad. Las escuelas, y en particular las universidades, son los espacios de todo lo contrario a la religión: del pensamiento, de la crítica, del cuestionamiento libre, de la exploración del universo y del conocimiento antes que de las creencias (omito por el momento el debate de que en algunas disciplinas sociales que se estudian en las universidades esto es sólo un objetivo lejano y en modo alguno una realidad, por desgracia). No es defensible, ni siquiera históricamente, la existencia de estos espacios. Cómo conseguir que se eliminen ya es otro tema y pasa por lugares muy lejanos a la pequeña capilla.


Segundo: la libre expresión de la que hablábamos en la anterior entrada de este blog es una libertad clave en este panorama, es decir, no se debe penalizar a nadie por expresar opiniones, por ofensivas que puedan ser consideradas por otra persona. La persecución judicial -orquestada además por un grupo de la ultraderecha española- parece excesiva, absurda, revanchista y echa mano de otros de los artículos más lamentables del Código Penal, el 524 y 525 que tipifican el delito de opinión, uno de los más repugnantes para una sociedad ilustrada. Tales artículos deberían pasar a ser parte del pasado, mientras más pronto mejor, en busca de una sociedad donde la libertad de hablar sea más importante que el hecho de que alguien pueda sentirse ofendido por lo dicho. Pero derogar esos artículos es otro tema y pasa por lugares muy alejados de la pequeña capilla

Tercero: la acción de las militantes de Contrapoder es una estupidez sin sentido, una búsqueda de notoriedad para su proyecto político que no hace nada por la promoción de un estado laico y menos aún por la libre expresión. Por no decir que en lugar de ayudar a la lucha contra las creencias y la iglesia, lo que consigue es precisamente lo contrario, como se vio en el cierre de filas del catolicismo madrileño a resultas del presunto "performance" que se apresuraron en llamar "profanación" apoyados en las leyes vigentes, aunque repugnantes.

Me explico: la crítica a las iglesias, a la religión organizada y a sus efectos perniciosos, no es útil cuando se hace en un lugar donde no están ni los jerarcas religiosos ni los políticos que pueden tomar decisiones. Lo que había en esa capilla universitaria era un grupo pequeño de creyentes que se ven de pronto avasallados, invadidos, culpabilizados y humillados. Conociendo el tipo de activismo de la izquierda arcaica (de cerca, que uno nunca fue de la élite académica ni política) y viendo las fotos, no es creíble la performance pacífica, y sí es más probable la descarga de adrenalina contra una institución despreciable, la expresión de furia aunque no haya amenaza física. ¿Tiene sentido esa expresión ante un grupo de creyentes que son, lo he dicho y lo repito víctimas desde su niñez precisamente de esa religión y de las prácticas reprobables que la caracterizan? ¿Qué responsabilidad o capacidad de decisión tiene el puñado de personas que fueron público involuntario de la acción política de Contrapoder? No las tienen, por supuesto, fueron elegidas para ser la escenografía de un espectáculo público de promoción política, y poco más. Peones improvisados de una estrategia hegemónica bien diseñada por los líderes de Contrapoder, los "Cinco de Somosaguas" y su entorno.

Activista de Femen Ucrania frente a la oficina del presidente Yanukovich, protestando contra la docilidad de éste ante Rusia, 2010. (Imagen CC de Femen, via Wikimedia Commons)
Encuentro mucho más válido, valiente y valioso el activismo, mucho más brusco aún, de Femen, aunque en ocasiones me parezca muy mejorable y no lo suscriba del todo, convencido de que es sólo una forma de lucha, pero nada más, porque al menos ellas van a enfrentarse a quienes tienen responsabilidad de que las cosas sean como son: a obispos, arzobispos, al papa, a legisladores y políticos como Merkel o Putin. Pero Femen, además, no es parte de otra estrategia política superestructural de la que sea una ficha a jugarse, su objetivo es única y exclusivamente el activismo por los derechos e igualdad de la mujer, no son un grupo que vaya cambiando de causa conforme lo vaya pidiendo el vaivén cotidiano del interés público según el encabezado del día. Y además, las activistas de Femen asumen lo que hacen en lugar de excusarse con "yo sólo estaba mirando". Las grabaciones demuestran que Rita Maestre hacía algo más que mirar, participó en consignas y quitándose la camiseta, cosa que por supuesto no es ni debe ser delito, lo desagradable es la mentira por miedo a enfrentar responsabilidades personales, y en un político mucho más. Y ninguna se ha pasado aún a la política profesional.

Otro detalle, acaso un poco menos relevante: la acción se realizó en un espacio que la universidad ha concedido a la Conferencia Episcopal y que, por tanto, no puede considerarse un espacio público, y donde los responsables pueden establecer reglas que limiten la libertad de expresión. Esto lo admitimos en muchas ocasiones: hay reglas de conducta que se asumen colectivamente para mantener la lubricación social aunque impliquen moderar nuestro lenguaje o actitud. No significan renunciar a la libre expresión (porque entonces serían despreciables), sino establecer reglas comunes de acuerdo temporal en espacios bien acotados. Todo mundo tiene derecho a tocar un balón de fútbol con las manos, sería absurda una ley que encarcelara a quien lo hiciera... pero para jugar al fútbol uno tiene que aceptar las reglas que dicen que, mientras el balón esté en juego, sólo el portero lo puede tocar con las manos, los demás que lo hagan sufrirán una penalización.


Si Podemos o Contrapoder tienen un despacho, sede, edificio u oficina, sería considerado ilegítimo, incluso delictivo o al menos bastante poco elegante, que se presentaran 70 personas y entraran a una reunión de pocos integrantes del partido, ninguno dirigente, a gritarles algunos insultos poco creativos y lanzar consignas contra un liderazgo ausente por estar en total desacuerdo con la formación política y sus posicionamientos. Y más si, como en este caso, alguien se pone en la puerta para impedir que entren los manifestantes y lo aparten de un empellón (que ya no es libre expresión) como asegura el capellán que hizo con él la propia política Maestre. En ese caso, Podemos hablaría de allanamiento y de violencia contra uno de los suyos, apartado a empujones, además de una espectacular falta de respeto a las reglas del juego democrático. Los activistas de Contrapoder -no tiene sentido negar que lo son- tienen suerte de que el arzobispado, con su tradicional sed de venganza, no se decantara por esta visión para perseguirlos por faltas ya no de opinión, sino de delitos que están mucho más objetivamente tipificados.

Una y otra vez he insistido en que el ateísmo militante, la lucha por el laicismo y la crítica de la religión no se hacen, o no se deben hacer, por disfrutar la satisfacción que puede darnos sentirnos moralmente superiores, más inteligentes, más guapos, más agudos, más cultos o mejores personas que quienes rezan fervorosamente de hinojos en el banco de una iglesia. Eso no es sino mezquindad y autocomplacencia. Y es también olvidar que cualquiera de los ateos y laicistas de hoy, nosotros, a poco que nuestra historia personal fuera ligeramente distinta, podría estar allí, de rodillas, entregado, creyendo honradamente que está en manos de un poder superior, sea Jehová, Xenu o la Pacha Mama.

La militancia contra creencias y religiones se hace, sobre todo, por los creyentes, por su libertad, por su derecho a decidir, por su integridad y dignidad.



Y es allí donde, en ejercicio de su libre expresión (más o menos) y con una reivindicación más que legítima (pero que sólo asumieron un día cuando el problema es cotidiano y grave), la política profesional Rita Maestre y su grupo activista han actuado de modo moralmente cuestionable al ir al eslabón más débil de la cadena, a las víctimas, a los que ponen el dinero, la fe, la confianza, la oración y la defensa de quienes abusan de ellos. Es como ir a un orfanato a gritarle a los niños que estamos en contra del abandono infantil.

Puede ser legal, pero es profundamente imbécil, arrogante e insensible.

8.2.16

Libre expresión... ¿cuánta?

John Stuart Mill (1806 -1873), filósofo de la ciencia, pensador político y social,
feminista y servidor público, retratado por George Frederic Watts.
(Imagen D.P. vía Wikimedia Commons)

España, como otros muchos países, mantiene leyes que penalizan la expresión verbal o escrita de las opiniones. Es decir, la libre expresión de las ideas. Decir o escribir ciertas palabras que correspondan a ciertas ideas puede conducir a la cárcel, la multa, el juicio y la vergüenza pública.

Excluyamos, porque sé que de inmediato los enemigos de la libre expresión echan mano de este recurso, a la mentira, la estafa, el timo, la revelación de secretos, la publicidad engañosa y otros casos en los que lo que se expresa no son ideas, opiniones o posiciones personales, sino afirmaciones que se presentan como hechos reales, y de cuya veracidad sí se puede hacer responsable a quien las dice. El que afirma curar el cáncer con un yerbajo, por poner un caso, está poniendo en riesgo la vida de otros al hacer una afirmación fáctica sujeta a que se demuestre su veracidad o no, y responsabilizarlo de ella incluso penalmente.

Así que acotamos: hablamos de la libre expresión de las ideas, de las opiniones, de las creencias, de las posiciones políticas, religiosas, etc., no de afirmaciones sobre hechos contrastable. En esa acotación, cualquiera tiene derecho a decir "yo creo que este yerbajo cura el cáncer".

Las democracias hijas de la ilustración, y en no pocos casos las dictaduras de distintos signos y orígenes, han rendido pleitesía verbal a la libre expresión, pero siempre coartándola de un modo u otro. (Cuando no directamente dicen que no es uno de sus valores, como solía repetir Fidel Castro cada vez que lo entrevistaba Bárbara Walters: "Nosotros no tenemos el concepto de libertad de prensa que tienen ustedes".) La verdadera libertad de expresión es anatema incluso para los grupos o colectivos (más o menos vagos o precisos) que se presentan como progresistas, defensores de los derechos, etcétera.

Un ejemplo reciente en España lo exhibe de manera descarnada. Un grupo de titiriteros (espectacularmente malos, por añadido), contratado por el Ayuntamiento de Madrid para las festividades del carnaval, presentó un espectáculo que indignó a algunos padres de los niños que asistían a la función callejera (anunciada por el propio Ayuntamiento como "recomendada para niños").
Captura de la página del Ayuntamiento de Madrid anunciando
el espectáculo
Que la historia sea o no para niños es cosa de los padres y discutirlo desvía la atención de lo esencial (que es lo que ha pasado, se ha desviado). La obra es un panfleto ideológico (legítimo) que incluye violaciones, asesinatos y el intento de encarcelar a una mujer atribuyéndole un cartel que, más o menos veladamente hace referencia a la organización terrorista ETA, lo cual provocó que alguno de los presentes llamara a la policía. (Esto será difícil de entender para quien no vive en España, pero los 800 asesinatos cometidos por los supuestos libertadores de ETA pesan mucho en las relaciones sociales e incluso en las ideológicas, de modo verdaderamente alucinante.)

Los policías que acudieron decidieron que podía haber un delito de "enaltecimiento del terrorismo" (uno de los delitos de opinión que existen en el código penal español, artículo 578), detuvo a dos de los titiriteros y se desató poco más o menos que la tormenta. La derecha española exigiendo todo el rigor de la ley para los desafortunados y poco originales titiriteros, y la izquierda dedicándose a demostrar con hordas de ejemplos que los niños ven cosas igual de horrendas a diario en la televisión, en los cristos sangrantes de las iglesias y demás situaciones. Recurriendo, pues, a la falacia del Tu quoque (o "y tú más") como justificación no sólo de los titiriteros, sino de los despistados que en el Ayuntamiento los contrataron y los anunciaron como espectáculo infantil.

Lo que más me ha llamado la atención es que la defensa de una buena parte de esa izquierda, la más cercana al Ayuntamiento de Madrid, no ha pasado casi por la defensa de la libre expresión como concepto, como libertad fundamental, como derecho sin el cual se deprecian todos los demás. Es decir: a los titiriteros no se les debe perseguir ni encarcelar ni multar si uno cree que la libre expresión debe ser un valor social. Deben ser libres porque creemos en su libertad de decir lo que sea. Si el Ayuntamiento de Madrid debió o no pagarlo, o anunciarlo como espectáculo infantil, que haya responsabilidades políticas, pero ése es otro tema.

Hay una izquierda regresiva (por llamarle de algún modo, y no sé, ni pretendo saber si es minoritaria o mayoritaria), que al darse el atentado contra la revista Charlie Hebdo en París, así como el asesinato de Theo Van Gogh, los motines por las caricaturas de Mahoma en el diario danés Jylland-Posten (que dejaron más de 200 muertos) y otros casos, hizo un ejercicio de cierta justificación de la violencia: los musulmanes se habían sentido "ofendidos" y su profunda ofensa "explicaba" que reaccionaran matando a quien dibuja o hace cine. El mensaje, claro, era que la "libertad de expresión" tenía y debía tener sus límites, que "no vale todo".

Esa misma izquierda regresiva es, con frecuencia, defensora de muchas formas de lo que se conoce como "corrección política" y que no es sino la imposición de límites cada vez más estrechos y caprichosos a la libertad de expresión. Decir algo incorrecto respecto de ciertos temas considerados sagrados, especialmente en el ámbito de la política de identidades, puede ser no sólo censurado, sino pretexto para que alguien sea despedido, humillado públicamente, que se le retiren honores o reconocimientos por actividades que nada tienen que ver con la expresión considerada ofensiva y lo deja, para todo efecto práctico, indefenso (e indefendible, su culpa se contagia a quien comente contra la politicorrección) y declarado culpable sin mediar más que el consenso de un grupo determinado...

Y luego se encuentran con que defender la libre expresión les queda como unos pantalones cuatro tallas demasiado grandes.

El grupo universitario "Contrapoder", comandado por los hoy
dirigentes de Podemos, defiende la libre expresión del
etarra De Juana Chaos...
... y el mismo grupo "Contrapoder" impide la libre expresión de
Rosa Díez en octubre de 2010.
Un ejemplo claro es lo que se ha vivido en la facultad de ciencias políticas de la Universidad Complutense donde en 2005 el grupo Contrapoder defendía al terrorista Iñaki de Juana Chaos diciendo que estaba "Preso por escribir" (se le había recluido en prisión por 25 asesinatos y, una vez libre legalmente, se le volvió a detener por expresar "amenazas" en unos artículos periodísticos)... pero en 2010 se escrachaba a la dirigente del hoy agónico partido de derecha liberal nacionalista UPyD, Rosa Díez, para impedir que hablara en el auditorio de esa misma facultad, como si sus palabras no merecieran la misma consideración.

Esta contradicción es igualmente inaceptable sin importar en dónde ocurra, en un grupo dominado por la derecha o en cualquier otro de ideología compartida que excluya de una libertad fundamental a todos menos los propios de modo hipócrita. Y esto es independiente de lo que uno personalmente pueda opinar de Rosa Díez o de De Juana Chaos.

Y es exactamente lo mismo que ha hecho la derecha, los antiprogresistas, los autoritarios y los reaccionarios: el fascismo y el nazismo, el macartismo, la dictadura franquista, las dictaduras militares suramericanas de los 50 a los 80, la "dictablanda" mexicana (en la que han ocurrido múltiples atropellos, el menor de los cuales sería que a quien esto escribe se le negara un puesto de trabajo por ser "comunista" --sólo era de izquierda, pero quien decidía no entendía de matices en cuanto a izquierda, todos, hasta Obama, le parecen comunistas y ya)... es decir, mantener una opinión política en esas sociedades era igualmente peligroso. Se podía perder el empleo, la libertad, la vida o, al menos, oportunidades diversas y consideración social.

Resulta lamentable que los perseguidos se vuelvan tan alegres perseguidores, que las posiciones de censor y censurado se intercambien tan fácilmente y con tan poco análisis crítico de los peligros que comporta hacer lo mismo que el adversario o, directamente, convertirse en lo mismo que el adversario sacrificando los principios a los dogmas. Porque algunos han asumido como propia una de las posiciones clásicas de la derecha contrailustrada: la idea de que el libre pensamiento y la libre expresión de sus productos no son ni deben ser sagrados, que alguien, alguna autoridad, algún caudillo, algún grupo hegemónico, algún sacerdote, algún imam, algún dictador, tiene no sólo el derecho, sino la obligación de poner límites.

Índice de libros prohibidos por el Vaticano, 1564.

Todos sabemos que hay cosas que detestamos escuchar, opiniones que juzgamos deleznables, palabras que nos ofenden profundamente. La pregunta, la única pregunta verdadera es si estamos dispuestos a prohibir o perseguir esas palabras y a quien las dice o las escribe, y pagar el precio por hacerlo. Todos podemos imaginar una línea a partir de la cual se podría empezar a prohibir la libre expresión; pero una vez que se abre la veda y prohibimos o coartamos lo que nos ofende a nosotros, también se hace posible que se prohíba y coarte lo que ofende a otros. Y muchas de las ideas que consideramos importantes y valiosas y que merecen ser difundidas seguramente son ofensivas para alguien más y por tanto son susceptibles de ser prohibidas y coartadas con la misma legitimidad.

Podría parecer increíble, pero este debate ya estaría esencialmente zanjado desde la Ilustración, al menos en lo teórico... considerando que antes de ella la sola idea de discurrir y hablar libremente era anatema para la sociedad y sus poderes, como lo atestigua la ejecución de Giordano Bruno en el año l600 por pensar libremente -y cuestionar- cosas como la virginidad de María, la Santísima Trinidad, la divinidad de Cristo, la existencia del Espíritu Santo y otras cosas que era obligatorio, si no creer, al menos decir que se creían... y guardarse las opiniones propias.

En su monumental y esencial ensayo On Liberty (Sobre la libertad) de 1859, el pensador británico John Stuart Mill exploró ampliamente el tema de la libre expresión. La exposición del breve ensayo, recomendable en su totalidad, es esclarecedora:
Es extraño que, reconociendo los hombres el valor de los argumentos en favor de la libre discusión, les repugne llevar estos argumentos "hasta su último extremo", sin advertir que, si las razones dadas no son buenas para un caso extremo, no tienen valor en absoluto. Otra singularidad: creen no pecar de infalibilidad al reconocer que la discusión debe ser libre en cualquier asunto que pueda parecer dudoso, y, al mismo tiempo piensan que hay doctrinas y principios que deben quedar libres de discusión, porque son ciertos, es decir, porque ellos poseen la certeza de que tales principios y doctrinas son ciertos. Tener por cierta una proposición, mientras existe alguien que negaría su certeza si se le permitiera hacerlo, pero que no se le permite, es como afirmar que nosotros, y los que comparten nuestra opinión, somos los jueces de la certeza, aunque jueces que no escuchan a la parte contraria.
La sociedad se beneficia del libre intercambio de las ideas, de eso no hay duda. Lo que nos falta es aprender a asumir que debemos tolerar a quien dice lo que no nos gusta, que ésa es una de las bases de una sociedad sana y dinámica, sin la grisura del 1984 de Orwell o de la Alemania nazi, de la Corea del Norte de la dinastía Kim o del sufriente Zimbabwe de Robert Mugabe.

En la herida España de hoy, empero, sin una prensa libre (quizás, en todo caso, libre para decidir los sesgos políticos que asume traicionando al público), con una cultura perseguida y con una visión política a izquierda y derecha que hace de la libertad de opinión un arma arrojadiza que se defiende cuando conviene y se ataca cuando conviene más, quizá no sea muy popular decir que hay que dejar hablar a comunistas y anarquistas, a nazis y a franquistas, a racistas y a machistas, a enemigos y defensores del sistema, a taurinos y a antitaurinos, a pronucleares y a antinucleares... a todos los que puedan tener una opinión que nos repugne... porque es el precio -bajísimo- a pagar por poder expresar nuestras propias opiniones sin importar a quién ofendan. Y porque nos da, claro, la oportunidad de contraargumentar, de defender posiciones que juzgamos más nobles y justas, de convencer en lugar de reprimir.

La libre expresión es un derecho. "No ser ofendido" no lo es.

Y ya en esto, quizá es momento que un nuevo gobierno en España, antes que plantearse el "control" de los medios, se proponga eliminar los delitos de opinión que aún ensucian sus leyes y establecer garantías más sólidas para la libre expresión como libertad fundamental, abandonando la tibieza censora del artículo 20 de la Constitución. Es una idea.

6.2.16

Orwell en tiempos de Podemos

Es curioso, y lamentable, que para desvelar los problemas del partido Podemos, su acumulación diaria de mentiras, de giros de 180º en temas de trascendencia, de incoherencias políticas y de manipulación de su propia gente sea necesario recurrir a la prensa de la derecha.

Esto es un problema sobre todo cuando la información que dan es real, contrastable, sólida... pese a ser prensa de derecha y altamente tendenciosa. Su intencionalidad al difundir información sobre el grupo de Pablo Iglesias por supuesto no es nada compartible, ni nada inocente. Esa prensa ve su investigación de la banda de Somosaguas como parte de su lucha en contra de la izquierda, y para los sectores a los que sirven, incluso Obama es un peligroso comunista. Pero la intencionalidad aquí no es relevante. La verdad lo es dígala Ulises o su porquero y todo eso. Así que de entrada no acepto críticas por compartir notas de ABC o Libertad Digital si están contrastadas y reflejan la realidad (y sí, algún amigo me ha reprochado que difunda notas del ABC).

Pero el problema es más grave cuando la prensa presuntamente progresista, autoproclamada de izquierdas, que presume de decencia (algo que no tienen cara para hacer los de la caverna mediática ultraderechista), que se afirma comprometida "con la gente", NO está difundiendo esa información, no está investigando asuntos de interés y relevancia política cuando se relacionan con esta formación política (como la financiación de sus orígenes, que ya hace un año comentábamos aquí que era opaca y de dudoso origen), cuando esa misma prensa, implacable con la derecha, oculte, encubra o suavice la información que afecta a quienes parecen a todas luces sus compañeros de partido. Parte de esto ya lo comenté también en la entrada sobre el Periodismo de partido.

Foto que George Orwell llevaba en su carné del
Sindicato Nacional de Periodistas (vía Wikimedia Commons) 
Muchas veces, George Orwell fue expulsado de la "berdadera hizkierda" por quienes le reclamaban que denunciara los crímenes del stalinismo (y sigue siéndolo, hace poco me decía un leninista apolillado que Orwell era un "neoliberal", palabra que evidentemente no podría definir si la vida le fuera en ello). Se le reprochaba al británico que no fuera encubridor, que fuera un hombre de izquierda con principios sólidos en los términos que los entendía también Rosa Luxemburgo, comprometido antes con las ideas que con los hombres o los partidos (que suelen traicionar las ideas), y que denunciaba a quien violentara esos principios e ideas sin importar si se disfrazaba de vanguardia del proletariado, gran timonel o manitú el coletas. Porque quien los violentara o manipulara no era, en una concepción moral fundamental "uno de los míos".

Sin embargo, parte de la izquierda fue, vergüenza colectiva, encubridora de numerosas barbaridades y debería haber aprendido de esa experiencia para no volver a cometer el error. El tiempo ha dado la razón a Orwell y ha evidenciado el error y el horror de los stalinistas y otros incondicionales.

Ahora somos otros los que, desde la izquierda, somos atacados por no encubrir a Podemos y a su creciente mafia elitista, extraña, rencorosa, ineficiente y más antisocialista que otra cosa. Se nos acusa de valedores de la derecha como si Podemos fuera la única izquierda posible (esa alucinación que ha mantenido como dogma el comunismo en todas sus formas desde el "tercer período" de la Internacional Comunista decretado en 1928, de donde no salen algunos).

Pero debería ser la prensa no abiertamente de derechas, como Público, El Diario, La Sexta, la televisiones públicas o El País, la que fuera el más celoso vigilante de los nuevos políticos, que llevara las cuentas y llamara la atención cumpliendo su labor informativa. Que ayudara a que no se apartaran del camino y los principios que ellos mismos se han marcado.

Es una vergüenza para ese periodismo, tan falto de ética como el de derecha (esa brunete mediática de Podemos que se opone a la caverna mediática de la ultraderecha cuando en ética y en procedimientos son indistinguibles ya), no estar cumpliendo con su obligación informativa, y más aún lo es que ataquen a quienes desde la izquierda (a quienes los comisarios autonombrados nos quieren quitar el carné de izquierda) denunciamos situaciones que deben estar en la conciencia popular, como lo están los errores, tropiezos y problemas de todos los partidos. Todos. Y con acento en Podemos porque son el partido más encubierto por la prensa en los últimos dos años.

El que no lo hagan es una desgracia más en este país que desde 2011 casi sólo conoce desgracias, reales algunas, artificiales otras. Hemos vuelto, pues, a lo que ya señalaba Orwell después de pasar por la Guerra Civil española, ésa que sigue:
Muy joven me di cuenta de que ningún acontecimiento es jamás reportado correctamente en un periódico, pero en España, por primera vez, vi informes periodísticos que no tenían ninguna relación con los hechos, ni siquiera la relación que está implícita en una mentira común. Vi informes de grandes batallas donde no había habido combates, y silencio total donde cientos de hombres habían caído. Vi a tropas que habían luchado con valentía denunciadas como cobardes y traidoras, y a otras que nunca habían visto que se hiciera un disparo, aclamadas como los héroes de victorias imaginarias; y vi a los periódicos de Londres recontando estas mentiras y a intelectuales deseosos construyendo superestructuras emocionales sobre acontecimientos que nunca había sucedido. Vi, de hecho, cómo se escribía la historia no en términos de lo que había ocurrido, sino de lo que debería haber ocurrido de acuerdo con diversas 'líneas del partido'.