3.6.17

Lealtades, incondicionalidades e ideas

Cuahtémoc Cárdenas, Susana Díaz, Javier Fernández
La primera vez que vi en persona a Cuauhtémoc Cárdenas fue en un desayuno en el Hotel Reforma de la Ciudad de México, al que lo habíamos invitado a conversar un grupo de periodistas como Presidente Nacional del PRD (Partido de la Revolución Democrática, fundado por él mismo) y candidato a la presidencia de México. Pocos días antes, y esto me permite situar el momento en febrero o marzo de 1992, los diputados del PRD habían votado en favor de una modificación a los artículos 130, 27, 24, 5º y 3º de la Constitución que echaban para atrás 150 años de separación iglesia-estado. Mi primera pregunta a Cárdenas en ese desayuno-entrevista fue pidiéndole que explicara los motivos de ese voto que se llevaba al basurero una sana tradición laica y republicana. Su respuesta no me convenció. Un partido de izquierda puede reconocer una realidad religiosa, pero legislar contra principios progresistas ya consagrados en la constitución (la vigente, de 1917, y la anterior, de 1857) me parecía inaceptable y un escándalo.

Nunca pertenecí al PRD, pero a fines de ese año y hasta 1999 fui asesor -sin sueldo- de Cárdenas en temas de comunicación. El motivo, claro, era que este líder político era el que mejor abanderaba muchas de las ideas que yo ya sostenía, aunque obviamente en algunas chocáramos, y de frente, como la relación con el imperio Vaticano. Cuando Cárdenas decidió dar un paso atrás después de las elecciones de 2000, yo no me proclamé "cardenista", como no lo había hecho durante los años en que lo apoyé, en dos elecciones presidenciales y una a Jefe de Gobierno de la Ciudad de México. Que siga sintiendo cariño por Cárdenas y le sea leal en lo personal no afectó, ni antes ni después, a mis ideas. Nunca pensé de tal forma por seguir al líder ni cambié de opinión por "cardenista". Y, por cierto, él nunca pidió ese tipo de incondicionalidades. Tampoco es que habláramos mucho, yo soy gente de segunda fila, militante de base, y por tanto ni tengo roce con los líderes ni lo busco. Perdimos las dos presidenciales pero en 1997 ganamos la Ciudad de México y se hizo un trabajo de gobierno excelente.

En España, donde vivo hace mucho, en las recientes primarias del PSOE, partido en el que sí milito hace ya bastante más de una década, apoyé a Susana Díaz en las mismas condiciones: consideré que era la abanderada más fiel a las ideas que yo tengo sobre cómo debe organizarse un partido de izquierda y a cómo se debe gobernar desde la izquierda. Trabajé cuanto pude, nunca lo suficiente y jamás, tampoco, crucé una palabra con Susana. Perdimos las primarias y la candidata decidió (muy correctamente a mi juicio) no establecer una corriente crítica encabezada por ella ante el Secretario General electo por el 50% de los socialistas. Yo sigo y seguiré manteniendo mi visión de la organización del partido y lucharé por ella en las instancias correspondientes.

Desde que me afilié al PSOE, además, he tenido como Secretario General de la Federación Socialista Asturiana a Javier Fernández, hoy además presidente de Asturias. Como en otros casos, descubrí que muchas de mis ideas sobre la política, la administración, la honestidad, la izquierda, las expresaba con gran claridad, que era abanderado, también, de gran parte de lo que he creído toda mi vida. En su campaña por la presidencia, trabajé como militante convencido, igual repartiendo propaganda que defendiendo ideas y proyectos en las redes sociales, y como apoderado en colegios electorales. Javier ha decidido que no se presentará a la reelección en la FSA en el congreso de octubre y me parece una seria pérdida para el socialismo asturiano. Con Javier he cruzado un par de "holas" en alguna comida de fin de año del partido, nada más. Seguiré asumiendo como propias muchas de sus formas de explicar qué es el socialismo democrático en este tiempo, por supuesto, y lo seguiré apoyando como presidente del principado.

No soy ni fui, pues, ni cardenista, ni susanista ni javierista. Creo que las ideas son, lo he dicho, el lugar a donde uno llega después de pensar, de analizar, de cuestionar, de tratar de hallarle sentido a la realidad. Y las ideas políticas no lo son menos. Si otros llegan a las mismas ideas que yo tengo, y son además personas capaces de ejercer un liderazgo político y social para el cual yo no tengo vocación, capacidad ni interés siquiera, los asumiré como líderes y ayudaré a que lleven a la práctica nuestras ideas, no por ellos, independientemente de la simpatía que me puedan despertar en lo personal. Y les seré leal mientras ellos sean leales a tales ideas. En los tres casos mencionados, por fortuna, no tengo queja al respecto.

Esto me choca mucho con quienes entienden la lealtad a las ideas como un subconjunto de la incondicionalidad al líder de turno. Los que tienen vocación de lacayo, que no sólo le sostienen el estribo a su amo, sino que con gusto se ponen a cuatro patas para servir de taburetes a fin de que aquél se encabalgue cómodamente.

Los incondicionales nunca lo son. Mientras más proclaman su incondicionalidad, mientras más toman el nombre de su monarca como un servil apellido de casada ("Pablista", "Errejonista", "Aguirrista"), más claramente anuncian la facilidad con la que mañana serán incondicionales de otros, seguidores en serie de un señor tras otro, siempre exaltando al que mejores prebendas les conceda, que las ideas ya serán para otro día cuando sea preciso lanzar un encendido discurso diciendo lo que se supone que se debe decir (y lo que halagará al patrón, por supuesto), pensando lo que se le ordene o lo que venga al caso hoy, ya mañana pensarán distinto.

Quien se extraña de que otros no exhiban la misma incondicionalidad, la misma disposición a llevar en la frente la marca a hierro del señor o señora que los adquirió en la subasta de esclavos ideológicos que ellos mismos celebran cada que se acercan tormentas en las alturas del poder, está demostrando que su concepto de lealtad no es sino a sí mismo, a su barriga llena, su puesto ganado a fuerza de servilismo y la luz que queda en las márgenes de los reflectores que se enfocan en el ganador de hoy... mientras gane.

Yo prefiero, en mi eterna calidad de aldeano, seguir siendo fiel a mis ideas. Porque sin principios, no hay historias que valga la pena contar.