13.6.17

Trump, Podemos y el poder


Hay un punto de coincidencia entre Donald J. Trump y Podemos (al menos en buena parte de su cúpula) que me resulta enormemente inquietante. No, no me refiero a su preocupante tendencia a mentir, eso que la portavoz Kellyanne Conway describió en eufemismo para la historia como alternative facts o "hechos alternativos", ni a su populismo capaz de ofrecer cualquier cosa por el poder, manipulando sobre todo a quienes peor han salido parados de los acontecimientos de los últimos años... cosa que hacen los populistas sin importar el país, los acontecimientos o cuándo sean los últimos años (más datos con Adolf Hitler, Vladimir Lenin, Juan Domingo Perón, Hugo Chávez o Alberto Fujimori, por mencionar a unos pocos).

No, a lo que me refiero es a la peculiar concepción del poder que tienen. Fundamentalmente, han pasado la vida manteniendo dos creencias de gran relevancia en su accionar e íntimamente imbricadas entre sí.

La primera, que el poder es un monolito en el cual trabajan de la mano todos los que lo tienen. Es la teoría de que hay una colusión PP, PSOE, Ciudadanos, Ibex 35, poder judicial, iglesia católica, Union Europea, Bilderberg, Banco Mundial, FMI, Estados Unidos, etc., en la cual no existen diferencias de opinión ni pugnas internas, ni mucho menos ideas contrapuestas. Todos actúan de manera concertada y bajo un mando único. Conquistar el poder político equivale, en su fantasía, a conquistar todo el poder.

Donald Trump está convencido, todavía, de que ha sido electo emperador de los Estados Unidos y que todos deben doblegarse a su poder. En la tormenta de abono orgánico que se cocina en los alrededores de su alucinante persona, cada acción parece estar marcada por esta convicción. Le pide lealtad personal al director del FBI porque todo mundo debe ser leal al presidente, y es él. Cambia las cifras para decidir que millón y medio de personas asistieron a su toma del poder porque está seguro de que los medios de comunicación siempre han hecho lo que quiere el presidente y puede dictar las noticias desde su cuenta de Twitter. Por ello mismo, al ver que los medios de comunicación o algunos legisladores republicanos, o servidores públicos con una ética medianamente sólida se le confrontan, lo toma como algo personal y acaba proclamando una conspiración.

Mientras escribo estas líneas, su amigo Christopher Ruddy, presidente de Newsmax Media, acaba de informar que Trump se plantea la posibilidad de despedir (como despidió al director del FBI James Comey, desatando una sucesión de acontecimientos que ponen ya en riesgo su presidencia) al fiscal especial James Mueller, cosa que técnicamente sería posible pero políticamente equivaldría a un suicidio espectacular. De hecho, ya algunos legisladores demócratas e incluso republicanos han advertido que cualquier intento por despedir al muy apreciado investigador sería no sólo inútil, sino contraproducente.

El poder absoluto, claro, sólo se tiene en dictadura. Allí es donde Trump se ha confundido y está en ruta de colisión con los "contrapesos y equilibrios" de la todavía funcional aunque herida democracia estadounidense. Y Podemos se confunde profundamente cuando se plantea reproducir en la política nacional los esquemas autoritarios de su estructura partidista, ésa que finge una democracia cuidadosamente dirigida para que siempre salgan las cosas como lo desea el único líder. Allí es donde algunos personajes del Gran Guiñol ibérico del nuevo milenio se han estrellado, como El Kichi, alcalde con apodo, que ha llevado enérgicos sopapos de la realidad a cargo de los suyos y de los que ayer eran suyos, de los que se oponen a él y, sobre todo, de quienes lo votaron esperando que hiciera efectiva una lista de la compra más fantasiosa que mis cartas a los Reyes Magos cuando era un niño más bien pobre pero con sueños generosos.

Kellyanne Conway el día que inventó los "hechos alternativos" para justificar las mentiras
del jefe de prensa Sean Spicer sobre el público presente en la toma de posesión de Donald Trump.
Y esto engrana con la segunda creencia que vincula la visión, retorcida y profundamente psicótica, de Podemos y del todavía presidente de los Estados Unidos: que todo el manejo del poder (político, económico, social, religioso, mediático) depende de la voluntad de quien ocupa el poder. Es decir, que si se rescata un banco, se aumenta un subsidio, se promulga una ley, se determina una estrategia energética, lo que sea, depende todo de que alguien "quiera" que ocurra. Es decir, que no hay condicionantes objetivas del ejercicio del poder.

En el caso de Trump esto se explica al menos en parte por una historia personal de bullying hacia todos a su alrededor, una megalomanía basada en el poder del dinero y una falta absoluta de rendición de cuentas hacia nadie en toda su vida. En el caso de Podemos, coinciden desde la visión profundamente conspiranoica de la realidad hasta las consejas de autoayuda del new age que nos dicen que "querer es poder" o que "nada es imposible". Desde la idea de que quienes piensan distinto no son seres humanos sinceros y honestos sino malvados villanos de película de serie B hasta la autoerotización que implica saberse, proclamarse, creerse firmemente la única salvación de El Pueblo®.

Recuerdo vivamente a Juan Carlos Monedero defendiendo el primero de los seis o siete programas políticos que ha enarbolado Podemos en los breves tres años y tres meses de su existencia. Hablando en televisión de la promesa del partido de legislar la jubilación a los 60 años, hacía una amplia exhibición de su desapego de la realidad asegurando al entrevistador que todo el asunto era cuestión de "voluntad política", que una vez que Podemos ocupara La Moncloa "los técnicos" recibirían el encargo de ver cómo se hacía la jubilación a los 60 años y se conseguiría. El muy doctorado profesor de la Complutense no parecía dispuesto a imaginarse que habría alguna limitación a su "voluntad política", algo tan sencillo como "no hay dinero", por ejemplo. Con la visión de lo que con los años sería Donald Trump, calculaba que su palabra era ley, y una vez expresada su voluntad, nada podía oponerse a ella.

Juan Carlos Monedero en 2013, cuando se preparaba el lanzamiento de Podemos.
Allí también, la realidad le ha dado lecciones brutales (y cada día más egregias) a Donald Trump, mientras que en Podemos el liderazgo se desvive por impedir que sus legisladores a nivel nacional y regional, e incluso sus ediles en los más variados municipios, se "acomoden" en el poder. Lo que esto quiere decir es que la dirigencia (vamos, Pablo Iglesias y su camarilla más cercana, ésa que cambia según le conviene) teme que los valerosos revolucionarios que ocupan espacios de representación moderen su vocación de asalto a los cielos, de combatividad callejera y entregada, de vibrante mitín y discurso para el aplauso de los convencidos, para ocuparse de la a veces miserable tarea de sacar los números para ponerle un banco en el parque a los vecinos de tal barrio al tiempo que se le dice a los de otro barrio que no hay para arreglar los baches de cierta calle o que no alcanza el dinero para ampliar los horarios del autobús municipal los sábados y que lo del techo para el parque infantil tiene que esperar al año próximo, si los presupuestos dan de sí.

La visión que se tiene a nivel de la calle, y que uno puede explorar a fondo en las redes sociales, es muy similar a la que tienen Trump y Podemos. Todo lo que pasa tiene un responsable y éste es malévolo. Todo se arregla queriendo. Todos están confabulados contra "nosotros". De ahí proviene una buena parte de su atractivo electoral en campaña. Huir de la complejidad es parte de su encanto, ya sea como una simulación bien orquestada o como parte de su incapacidad de entender la realidad. Y como en casos muy sonados, sobre todo en cuanto a corrupción, están efectivamente reflejando una parte del sentir popular, tirando del hilo sacan madeja. La administración y la legislación son, sin embargo, mundos muy diferentes al del mitín electoral, en los cuales se tiene que trabajar con la realidad y únicamente con la realidad, donde multitud de grupos de interés en conflicto --y todos con una porción del poder-- buscan su beneficio y jódase el vecino. Y donde hay que trata de no quedar del todo mal con nadie porque va a usar su poder contra nosotros. Sin miramientos.

La caída muy probable de ambos (Trump de la presidencia y Podemos de una posición electoral real de competencia por el poder) no es en su esencia distinta de la caída de otros populistas, en gran parte por el principio de Jacques Abbadie habitualmente mal atribuído a Abraham Lincoln: se puede engañar a toda la gente parte del tiempo y se puede engañar a parte de la gente todo el tiempo, pero es imposible engañar a toda la gente todo el tiempo. Y cuando la gente se da cuenta de que le has visto la cara, no suele ser generosa al presentarte la factura.

Cierto, siempre habrá un núcleo duro que te creerá todo, que justificará todas tus barbaridades y que tapará todas tus mentiras, sean Kellyanne Conway o Pablo Echenique, pero otros simplemente te darán la espalda.

Cuando no opten por colgarte por los pies como a Benito Mussolini, por mencionar a uno.