14.6.14

De la censura a la ostentación


Era 1993 y yo llevaba casi cuatro años escribiendo mi columna de opinión "A contracorriente" en la página editorial de Diario de México, propiedad de Federico Bracamontes, un periódico pequeño y poco ostentoso. Inesperadamente, tuve que dejar el periódico debido a que fui objeto de censura por primera vez en mi vida periodística (que ya sumaba 17 años en diversos medios impresos y electrónicos). Y mi salida tuvo que ver con la frase que ve usted eternizada en bronce más arriba.

Durante los primeros tiempos de mi colaboración, no recuerdo cuántos, me dediqué a comentar política internacional, pero pronto el director empezó a pedirme que hablara de política nacional. Le recordé mis artículos en revistas como Jueves de Excélsior o Ahí! y cómo no era yo proclive a perdonar las tonterías del poder, de modo que si el diario me abría las puertas para eso, iban a salir chispas. El director ya me conocía. Por entonces estaba  yo escribiendo 119 entregas de una columna de humor ("Piedritas en el buche") en el diario donde antes él había sido responsable, El Gráfico, vespertino de El Universal, donde además tenía yo una colaboración semanal en la sección cultural que dirigía Paco Taibo I.

Pero insistió, y finalmente empecé a dedicar mi columna semanal a temas nacionales. Y temas no faltaban, desde la iglesia hasta las atrocidades de una justicia torcida por motivos políticos.

Promoción en ruso de la exitosa telenovela
"Los ricos también lloran"
Los ricos lloran, pero no compran

A principios de 1993, el dueño y presidente de Televisa Emilio Azcárraga Milmo, a quien le gustaba que le llamaran "El Tigre", hizo unas declaraciones tremendamente desusadas (no solía dar entrevistas) y según algunos ligeramente achispado por el éxito en Rusia de su telenovela "Los ricos también lloran":
México es un país de una clase modesta muy jodida, que no va a salir de jodida. Para la televisión es una obligación llevar diversión a esa gente y sacarla de su triste realidad y de su futuro difícil. 
Los ricos, como yo, no somos clientes porque los ricos como yo no compran ni madres. 
Nuestro mercado en este país es muy claro: la clase media popular. La clase exquisita, muy respetable, puede leer libros o Proceso para ver qué dicen de Televisa… Estos pueden hacer muchas cosas que los diviertan, pero la clase modesta, que es una clase fabulosa y digna, no tiene otra manera de vivir o de tener acceso a la distracción más que la televisión.
En resumen, Azcárraga establecía que la pobreza en México era para siempre, y que su resultado, los pobres, eran la fuente de su nada despreciable y siempre creciente fortuna.

Vi la oportunidad de comentar en mi columna los problemas que implicaba tener un monopolio absoluto de la comunicación televisual en un país que luchaba por la democratización, la libre expresión y, a veces, los derechos más elementales. Escribí mi columna (en Word 5, por cierto), la imprimí y la mandé al diario por fax, que era como nos mandábamos documentos antes de que la web se hiciera popular.

Poco después, quizá media hora, recibí una llamada del adusto pero amable subordinado con el que tratábamos directamente los colaboradores. El artículo, me dijo, "no pasaba" (es decir, no era aprobado editorialmente). Comenté que como artículo de opinión firmado era responsabilidad mía exclusivamente, no asunto de decisiones editoriales, y así se había tratado el tema en los más de 180 artículos sobre los más variados temas que había yo escrito en el diario. El hombre, al que recuerdo canoso y delgadísimo, me explicó que el periódico tenía algunos lucrativos tratos comerciales con Televisa y que, por tanto, criticar al dueño del emporio de las comunicaciones podía hacerles perder contratos de imprenta y publicidad que resultaban muy necesarios para la supervivencia de la empresa. Le respondí que todo eso era asunto de la empresa y que podía entenderlo pero no compartirlo, yo no era la empresa, era un periodista que intercambiaba un pago misérrimo por la certeza del respeto al ejercicio de su libertad de expresión, según convenio verbal entre caballeros. Sin conmoverse ante mi reclamo voltairiano, me dijo que, como fuera, el artículo "no pasaba" y que mandara otro.

No mandé otro.

Una semana más tarde, aproximadamente a la misma hora, el educado personaje me llamó preocupado porque el artículo de esa semana no había llegado a la hora en que solían recibir mi fax. Le expliqué, cortés pero firmemente, que estaba yo esperando que publicaran mi comentario sobre las palabras de Azcárraga, porque era mi costumbre no escribir un artículo de opinión sino hasta que el medio hubiera publicado el anterior, de modo que en cuanto ellos publicaran el enviado la semana anterior, con gusto remitiría el siguiente.

En 21 años no lo han publicado, así que supongo que ya no volveré a colaborar en Diario de México.

Era la primera, pero no la última vez, que el intento de un director por censurarme acababa en mi ruptura de relaciones con un medio.

En televisión y en radio

En el plató de "Y usted qué opina", con Nino Canún,
discutiendo con la gente de Pro-Vida
Me volvería yo a encontrar con las palabras de Azcárraga en las condiciones más extrañas, en un debate realizado en octubre o noviembre de ese mismo año en el programa de Nino Canún. El curioso tema era el concierto "Girlie Show" de Madonna y era tema porque el grupo integrista y ocasionalmente violento "Comité Nacional Pro-Vida" y su entonces presidente, Jorge Serrano Limón, habían emprendido una absurda campaña para prohibir el concierto porque atentaba contra la moral y "los valores mexicanos", que por alguna causa ese grupúsculo fanático no sólo creía conocer al dedillo, sino que suponía que tenía la obligación de defenderlo contra los malvados de fuera... nacionalismo y fanatismo religioso que son, como todo mundo sabe, una mezcla explosiva.

La historia de ese enfrentamiento donde me di el gusto de sacar de sus casillas a las huestes de Serrano Limón ya la conté en "El retorno de los charlatanes" cuando resumí la historia de Pro-Vida y de su líder, y no la repetiré aquí.

Con estos antecedentes, lo curioso fue que en 1995 fuera yo invitado por Ricardo Rocha, por entonces presidente de Televisa Radio, junto con Mario Méndez Acosta y Mónica Lavín, a crear un programa de divulgación científica dirigido precisamente a esa clase "media popular" (que se llamaría "muy pobre" en cualquier otro país donde no existiera la pobreza extrema o miseria lacerante que aún azota a casi cuatro millones de mexicanos). Como Editorial Televisa era (y es) dueña de la edición mexicana de la revista Muy interesante, Rocha acordó que nos prestarían el nombre a cambio de que le diéramos amplia publicidad a la revista, por entonces la única que en México hacía algo de divulgación científica.

Durante dos años y medio, de lunes a viernes, dos horas todos los días, primero en la emisora XEQ y después en el mascarón de proa del imperio, la XEW, intentamos demostrar que esa gente a la que se refería el dueño de la empresa podía tener a su alcance otra forma de vivir y de ver que aquélla que le ofrecía una televisión concebida para eternizarlos en la miseria. Entrevistamos a un gran número de investigadores, científicos y técnicos mexicanos, demostrando que eran "gente normal" y no signos de interrogación con bata blanca, cubrimos acontecimientos como la muerte de Carl Sagan o el suicidio de la secta ufolátrica Puerta del Cielo y fuimos, de algún modo, los jodidos tras el micrófono, que no es poca cosa según dónde y cómo: una mínima incursión jodida en las filas de los "Soldados del PRI y del presidente", como definió en otra ocasión Azcárraga a su empresa y a él mismo.

Debo reiterar que Ricardo Rocha respetó íntegramente nuestra libertad de expresión, incluso pese a algún dolor de cabeza que le causamos cuando el arzobispado mexicano, entre otros damnificados por nuestros comentarios, le llamaba pidiendo nuestra cabeza y el fin del programa. Pero cuando se acercaba el mundial de fútbol de 1998, nuestro horario se volvió apetitoso para el negocio y la emisión murió para mayor gloria del balompié (sin lograr, sin embargo, que dejara de gustarme el fútbol).

Algún oyente atento, mil gracias, grabó algunas de emisiones como las arriba enlazadas y otras, y las ha ido subiendo a Internet, testimonio de esos alrededor de 300 programas que hicimos convencidos de que la ciencia es asunto de todos, frase en la que siempre he creído.

Hoy me entero de que esa placa que consagra como gracejada o como declaración de política noble, o incluso como desafío, del ya fallecido Emilio Azcárraga (la empresa hoy es de su hijo, tercero del mismo nombre) ha sido convertida en una obra de arte-denuncia pero que muchísimas personas, incluidos ejecutivos y empleados de Televisa, creen que está orgullosamente fijada en sus instalaciones. Lo que hace más de 20 años eran palabras cuya repetición y crítica eran suficientes para censurar a un modesto periodista y causar terror a otro con una brillante carrera en televisión, hoy son irrelevantes, para un lado y para otro, su significado erosionado o asumido, no lo sé, por todos los implicados: la empresa, sus anunciantes, el gobierno al que apoya y sus espectadores. La obra de arte ni siquiera levantó demasiadas ampollas. Pero hoy las palabras de Azcárraga ya no son el secreto en el que se les quiso convertir a posteriori.

¿Se puede sacar alguna lección de esto? No lo sé. Quizás que la lucha por la libre expresión vale la pena, o que a veces damos una importancia enorme a lo que mañana no lo tendrá. O incluso que los serviles ante el poder, por ricos y famosos que sean, a la larga son exhibidos en su pequeñez moral, mientras que los pequeños que sólo tienen como patrimonio su honestidad, que casi los condena a la pobreza, y su compromiso con los lectores, a veces pueden sentirse un poco (sin excesos) orgullosos de haber dicho algún "no" cuando nadie se hubiera enterado de ello y cuando el "sí" era más cómodo y mejor negocio.